Tres asesinatos en Niza

Juan Carlos Ramos León.
Juan Carlos Ramos León.

El pasado jueves, en Niza, Francia, un hombre armado irrumpió en la Catedral de Notre Dame de aquella ciudad y asesinó con un cuchillo a tres personas, hiriendo a otras más. Las víctimas mortales son el sacristán, de aproximadamente 55 años, una mujer de origen brasileño y 44 años y una anciana que había ido … Leer más

El pasado jueves, en Niza, Francia, un hombre armado irrumpió en la Catedral de Notre Dame de aquella ciudad y asesinó con un cuchillo a tres personas, hiriendo a otras más. Las víctimas mortales son el sacristán, de aproximadamente 55 años, una mujer de origen brasileño y 44 años y una anciana que había ido a orar y que prácticamente fue decapitada. Estoy seguro de que ninguno de los tres merecía ni esperaba aquel suplicio. Y también estoy seguro de que todos aquellos que los amaban, jamás lograrán reponerse de tan duro golpe.

Tres personas murieron pero las almas de muchas más corren el riesgo de marchitarse debido a este inexplicable acto en el que una persona, quizás tratando de atentar contra una ideología o una forma de vida elegida por muchos, se adjudicó la facultad de decidir tan trágicamente sobre la vida de otros.

Ya la semana pasada había compartido con usted en este espacio mi desconcierto para con todos aquellos que, de una manera o de otra, no desaprovechan oportunidad para expresar su aborrecimiento por la Iglesia Católica y hasta por sus fieles. Entonces le decía a usted que no entiendo sus motivos. Ahora voy a ir un poco más allá y le voy a decir a usted que no existen tales. O ¿qué motivos tendría, por ejemplo, el asesino a que en esta ocasión nos referimos, para justificar tan terrible acto?

Está bien clara una cosa y se la voy a compartir: el mal obra detrás de todo esto. No existe otra explicación. Son influencias verdaderamente demoniacas las que se apoderan de las personas y despiertan en ellas esas chispas de odio que poco a poco va envileciéndolas a tal grado que son capaces de matar de formas verdaderamente abominables, ya sea con sus palabras o con actos como este, pero que ya a veces ni ellas mismas son capaces de entender los porqués de sus conductas y las raíces de su odio.

Como buenos cristianos sólo nos queda devolverles oraciones. Eso nos enseñó Jesús en quien creemos y tenemos puesta nuestra esperanza. Y exclamar como él lo hizo: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”.

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