
Juan Carlos Ramos León.
Por estos días he valorado mucho la salud física, la paz del alma y, en general, el “estar bien”.
Siempre que algún conocido se enferma o su salud sufre deterioro por algún otro motivo, solemos decirle “que te mejores” o “que te recuperes pronto”. Y es que la enfermedad, ya sea física o emocional, no es un estado deseable para nadie. Por eso todos apreciamos el bienestar y se lo suplicamos a Dios y lo deseamos a todo mundo.
Por estos días he valorado mucho la salud física, la paz del alma y, en general, el “estar bien”. Padecimientos de algunos conocidos y el sufrimiento de amigos cercanos por diversas causas me hacen agradecer muchísimo a Dios el encontrarme bien, el poder realizar planes para el futuro y disfrutar plenamente del presente. Y me hacen reflexionar y compartir con usted acerca de la “sanación” y la “resiliencia”.
La “resiliencia”, en su sentido psicológico, se define como la capacidad de una persona para superar las adversidades y adaptarse positivamente a los desafíos de la vida. Es una habilidad que permite enfrentar problemas, recuperarse de situaciones traumáticas y crecer emocionalmente a partir de ellas.
La “sanación” es algo muy parecido ya que implica el recuperarse de una enfermedad o lesión (trascendiendo el mero plano físico), es decir, el “regresar” o “volver” al bien estar en que nos encontrábamos antes del suceso que nos sacó de ahí. Y, si bien la resiliencia no implica el sólo “recuperarse” sino, además, salir fortalecido de una situación desafortunada, no es posible dar ese paso sin antes pasar por el proceso de curación de las heridas.
Las heridas del alma sanan de una forma parecida a como lo hacen las del cuerpo. Hay que “lavarlas” bien para estar seguros de que no quede posiblidad de que se venga una infección. Y “lavarlas” duele bastante, a veces más que ni la causa de la herida misma. Y lleva tiempo, y requiere de mucha paciencia, humildad y fortaleza. Y la mayoría de las veces no es posible lavarlas uno mismo, sino que es recomendable la ayuda: a veces divina, a veces profesional, pero se requiere al fin. Y después viene el proceso de cicatrización que, aceptémoslo, puede durar el resto de la vida y va a dejar rastro.
Aquí lo interesante es hacerse uno un profundo análisis para encontrar todas aquellas heridas que por una u otra razón no han sanado. Quizás no las hayamos “lavado” bien con el jabón de la humildad y del perdón o tal vez no éramos tan conscientes de cuan profundas eran o a lo mejor no hemos podido hacerlo solos y tampoco hemos intentado pedir ayuda. Pero es importante ya dar la vuelta a la hoja de todos esos episodios que nos atan al pasado para mirar de nueva cuenta hacia el futuro fortalecidos. Resilientes.