
Jairo Mendoza.
La cifra no es casual. Una recompensa de tal magnitud coloca a Maduro en la misma esfera que los criminales más buscados de las últimas décadas.
La reciente decisión de Estados Unidos de mantener en vigor y difundir con mayor fuerza mediática la recompensa de 50 millones de dólares por información que lleve a la captura de Nicolás Maduro (quien sabemos perfectamente se encuentra en el Palacio de Miraflores) es mucho más que una simple acción judicial. Se trata de un movimiento geopolítico con fuertes implicaciones simbólicas y estratégicas.
La cifra no es casual. Una recompensa de tal magnitud coloca a Maduro en la misma esfera que los criminales más buscados de las últimas décadas. El Departamento de Estado no solo lo acusa de narcoterrorismo y corrupción, sino que envía un mensaje contundente a los gobiernos y actores internacionales: Washington no lo reconocerá jamás como presidente legítimo de Venezuela y está dispuesto a usar todos los instrumentos a su alcance para presionarlo.
Sin embargo, esta estrategia tiene un trasfondo que va más allá del combate al crimen. En la arena internacional, la recompensa es un instrumento de propaganda política. Estados Unidos refuerza la narrativa de que Maduro es un delincuente global, buscando erosionar su imagen ante eventuales negociaciones y socavar el respaldo de aliados como Rusia, Irán o China. No es casualidad que este mensaje se intensifique en un momento en que Venezuela intenta recuperar influencia diplomática y reinsertarse en mercados internacionales a través del petróleo.
En el plano interno venezolano, la oferta millonaria puede tener un doble filo. Por un lado, puede ser un estímulo para la disidencia en un intento de derrocamiento. Por otro, puede reforzar el discurso oficialista de “asedio imperialista”, usado para cohesionar a su base más fiel y justificar medidas represivas.
El antecedente histórico también pesa. La política de “recompensas” contra líderes extranjeros acusados de delitos graves ha sido utilizada en casos como Manuel Noriega en Panamá o Saddam Hussein en Irak. En ambos, el final estuvo marcado por intervenciones directas que cambiaron el mapa político, pero también dejaron profundas secuelas humanitarias.
En definitiva, el ofrecimiento de 50 millones de dólares por Maduro no es solo un intento de llevarlo ante la justicia estadounidense; es una pieza más del tablero geopolítico. La pregunta que queda es si esta jugada acercará una solución a la crisis venezolana, o, por el contrario, terminará por endurecer posiciones, prolongando un conflicto que ya ha provocado uno de los mayores éxodos de la historia contemporánea de América Latina.