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Jairo Mendoza

Carlos Manzo y el desafío de las autoridades locales

Carlos Manzo y el desafío de las autoridades locales

Jairo Mendoza.

Manzo representaba a una generación de autoridades municipales que han buscado ejercer su función con autonomía, enfrentando entornos complejos y, en muchos casos, condiciones adversas.

Jairo Mendoza
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5 de noviembre 2025

El asesinato del presidente municipal de Uruapan, Carlos Manzo Rodríguez, ocurrido el pasado fin de semana, durante una celebración pública del Día de Muertos, conmocionó al país y reabrió el debate sobre la seguridad de las autoridades locales en México. Más allá de la tragedia humana y social, el hecho obliga a reflexionar sobre la vulnerabilidad institucional que enfrentan los gobiernos municipales ante la presencia del crimen organizado.

Manzo representaba a una generación de autoridades municipales que han buscado ejercer su función con autonomía, enfrentando entornos complejos y, en muchos casos, condiciones adversas. Su mensaje constante (de que los municipios debían gobernarse sin miedo) reflejaba la aspiración de muchos servidores públicos que buscan reconstruir la confianza ciudadana desde lo local. Su muerte, ocurrida a pesar de contar con medidas de protección, revela la magnitud del reto que significa gobernar en regiones donde confluyen intereses económicos, políticos y delictivos.

Michoacán, y en particular Uruapan, es un punto estratégico por su relevancia productiva y logística. La región ha sido históricamente un espacio de disputa entre grupos criminales, y las autoridades locales se encuentran con frecuencia en una posición de alta exposición. En este contexto, los ataques contra representantes municipales no solo constituyen delitos graves, sino mensajes dirigidos al sistema político y a la sociedad: intentos de intimidar, de desarticular la gobernanza y de sembrar miedo.

La respuesta institucional, encabezada por los distintos órdenes de gobierno, ha sido firme en condenar el crimen y comprometer una investigación exhaustiva. No obstante, es fundamental que este compromiso se traduzca en resultados claros y oportunos, no solo para hacer justicia, sino para fortalecer la confianza ciudadana en las instituciones encargadas de la seguridad y la procuración de justicia.

El asesinato de Carlos Manzo debe entenderse como un llamado a consolidar una estrategia integral de seguridad que articule esfuerzos municipales, estatales y federales. El fortalecimiento de las policías locales, la profesionalización de los cuerpos de seguridad y la coordinación efectiva entre niveles de gobierno son condiciones indispensables para blindar la labor pública.

Más allá de los hechos, este suceso deja una lección: la defensa del Estado de derecho comienza en lo local. Proteger a quienes asumen la responsabilidad de gobernar no es solo un deber de seguridad, sino un acto de respeto hacia la democracia misma. Que el caso de Carlos Manzo no sea una cifra más, sino un punto de partida para garantizar que servir al municipio no vuelva a significar poner la vida en riesgo.

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