

Jairo Mendoza.
Tras casi dos décadas de predominio del Movimiento al Socialismo (MAS), el país inicia una nueva etapa encabezada por una opción de derecha, o más bien, de centro-derecha que promete eficiencia, modernización y apertura.
El reciente triunfo de Rodrigo Paz Pereira marca un punto de inflexión en la política boliviana y de América Latina. Tras casi dos décadas de predominio del Movimiento al Socialismo (MAS), el país inicia una nueva etapa encabezada por una opción de derecha, o más bien, de centro-derecha que promete eficiencia, modernización y apertura. El resultado, sin embargo, no representa un simple cambio de signo ideológico, sino una señal más profunda: una sociedad que busca resultados concretos a problemas cotidianos.
El regreso de la derecha al poder puede ser interpretado como un intento de equilibrio. Muchos bolivianos aspiran a una gestión más técnica, menos polarizada y con mayor atención a la economía productiva. Sin embargo, este viraje también conlleva riesgos. El primero es confundir alternancia con revancha. Gobernar mirando al retrovisor sería un error: desmontar políticas sociales por motivos simbólicos o ideológicos podría reabrir heridas que costaron años cerrar.
Otro riesgo es el de la desconexión social. La derecha boliviana, históricamente asociada a élites urbanas, deberá demostrar que aprendió de su pasado y que puede dialogar con los sectores indígenas, rurales y populares, históricamente rezagados, que hoy conforman el corazón del país. Una política económica orientada al crecimiento solo será sostenible si se mantiene el compromiso con la inclusión y la redistribución.
Tampoco puede ignorarse la fragilidad regional. En una América Latina donde los cambios de ciclo suelen ser bruscos, la prudencia es un valor escaso pero esencial. Si el nuevo gobierno privilegia la estabilidad, el diálogo y la transparencia institucional, podría sentar las bases de una nueva etapa de madurez democrática. Si, en cambio, reproduce viejas prácticas de concentración de poder y exclusión, el péndulo político volverá a girar más rápido de lo esperado.
El nuevo gobierno tiene ante sí la oportunidad de demostrar que el giro político puede traducirse en un proyecto nacional moderno, incluyente y responsable. Las reformas económicas y la atracción de inversión extranjera solo serán sostenibles si se acompañan de políticas que mantengan la cohesión social y el respeto por los logros alcanzados en materia de derechos y participación.
El desafío, en suma, no es ser de derecha o de izquierda, sino gobernar bien. Bolivia necesita una administración que combine responsabilidad fiscal con justicia social, que modernice sin desmantelar, que escuche sin imponer. El electorado no pidió una ruptura, sino una corrección de rumbo. Si el nuevo liderazgo entiende ese mensaje, el país podría iniciar un ciclo político más equilibrado y predecible. Si no, el desencanto volverá a ocupar el espacio que la esperanza deja vacío.