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Jaime Santoyo Castro

Resucitar como sociedad

Resucitar como sociedad

Jaime Santoyo Castro.

¿Será posible que reencontremos la guía moral que nuestros ancestros nos dieron para vivir con respeto, honestidad y en paz?

Jaime Santoyo Castro
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21 de abril 2025

En medio del desencanto social, la violencia cotidiana y la pérdida del rumbo ético en que vivimos, resulta urgente preguntarnos: ¿es posible que la sociedad vuelva a encontrar sus valores? ¿Será posible que reencontremos la guía moral que nuestros ancestros nos dieron para vivir con respeto, honestidad y en paz? La respuesta puede parecer difícil, pero encuentra una luz poderosa en un acontecimiento que, aunque religioso, tiene una resonancia humana y universal: la Resurrección de Cristo.

Para millones de creyentes en el mundo, la Resurrección no es solo una creencia espiritual, sino la expresión máxima de la esperanza, la justicia y la vida que vence al odio y a la muerte. Pero incluso quienes no profesan la fe cristiana pueden encontrar en ese símbolo una enseñanza vital: aun después de las noches más oscuras, puede surgir un nuevo comienzo. Y en estos tiempos, ni quien lo dude, urge un nuevo comienzo.

Hoy somos testigos mudos de cómo se relativiza la verdad, se degrada la dignidad humana, y se normalizan la mentira, la violencia, la injusticia, la impunidad, la corrupción y el egoismo. Si pudiéramos trasladar esta circunstancia a la vida misma, diríamos en muchos sentidos, que vivimos en un estado de “muerte cívica”, donde los principios que deberían sostener nuestra convivencia, como son la solidaridad, el respeto, la compasión y la honestidad, entre otros, han sido sustituidos por la indiferencia o el interés personal.

Pero la Resurrección, con su carga simbólica, nos habla de una humanidad que puede levantarse de sus ruinas. La historia cristiana nos enseña que Cristo no volvió del sepulcro con resentimiento, sino con un mensaje de paz, de manera tal que la sociedad también puede renacer si elige caminos de reconciliación en lugar de caminar por senderos de venganza, de diálogo en lugar de odio, y de reconstrucción en lugar de confrontación.

Resucitar como sociedad no significa negar la existencia del dolor o de las injusticias. Significa, al contrario, reconocerlas y enfrentarlas con la esperanza de que el bien es más fuerte que el mal, y que vale la pena luchar por un mundo más humano. Significa también comprender que no hay redención colectiva sin responsabilidad individual: cada uno de nosotros debe preguntarse qué valores guían su vida y la de su familia, y si está dispuesto a hacer el esfuerzo de vivirlos con coherencia.

La Resurrección nos recuerda que la transformación es posible, pero no ocurre por decreto divino ni por voluntad de terceros. Requiere compromiso, valentía y fe. No una fe necesariamente religiosa, sino una fe profunda en el ser humano, en su capacidad de cambiar, de perdonar, de servir y de respetar, convertidos estos principios en políticas públicas para que exista una verdadera cohesión social que abra espacio al esfuerzo de las familias y conduzca el rumbo de la sociedad en ese sentido.

Esta Pascua, más que un rito litúrgico, puede ser un momento de reflexión colectiva. Tal vez no podamos cambiar al mundo entero de un día para otro, pero sí podemos empezar a resucitar desde lo cotidiano, con acciones pequeñas pero significativas: decir la verdad, tender una mano, ser justos en el trato, cuidar de los más débiles, y no rendirnos ante el cinismo.

Si la Resurrección de Cristo logró cambiar la historia, también puede inspirar a cambiar la nuestra, porque el mensaje es claro: no todo está perdido. Siempre se puede volver a empezar. Incluso como sociedad. Incluso ahora.

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