

Jaime Santoyo Castro.
La reciente reunión trilateral en Washington, motivada por el sorteo del Mundial de Futbol, abre nuevas oportunidades políticas, deportivas y diplomáticas para México.
La escena internacional ofreció el pasado viernes 4 un momento inusual que captó la atención del mundo. La Presidenta de México, Claudia Sheinbaum; el Presidente de los Estados Unidos, Donald Trump; y el Primer Ministro de Canadá, Mark Carney, coincidieron en Washington durante el sorteo del Mundial de Futbol 2026. Aunque el motivo formal fue la ceremonia deportiva, el encuentro tuvo un claro simbolismo político: la reafirmación de la cooperación trilateral en un momento clave para la región norteamericana.
En primer lugar, destaca la recuperación de una política exterior más activa. La Presidenta Sheinbaum mostró, desde el arranque de su gobierno, disposición para reinstalar a México en el escenario global con madurez y sin estridencias. Su presencia en Washington refleja un giro hacia la diplomacia profesional. El breve intercambio con el mandatario estadounidense, quien incluso habría extendido una invitación para un regreso próximo, confirma que el diálogo directo siempre rinde mejores frutos que las conversaciones telefónicas formales.
En segundo lugar, el sorteo del Mundial dejó un resultado que muchos aficionados mexicanos consideramos favorable. La Selección quedó ubicada en el Grupo “A”, junto con Sudáfrica y Corea del Sur, equipos competitivos pero que no figuran entre las principales potencias del futbol internacional. El tercer adversario surgirá del repechaje europeo. Esta conformación abre expectativas razonables de avanzar a la siguiente fase.
En tercer término, la realización del Mundial cobra un significado particular para México. Nos convertimos en el primer país que organiza tres Copas del Mundo, un logro que debería alimentar el orgullo nacional y servir como vitrina para proyectar al concierto internacional nuestra cultura, nuestra arquitectura, nuestra gastronomía y la calidez de nuestra gente. Es también el momento oportuno para erradicar definitivamente el grito homofóbico en los estadios. El comportamiento de unos cuantos no puede seguir empañando la imagen del país ante millones de espectadores globales.
Además, existe un elemento fundamental que no debe pasarse por alto: la seguridad pública. Un evento de esta magnitud traerá a cientos de miles de visitantes y congregará multitudes en estadios, fan zones, aeropuertos, centros urbanos y rutas turísticas. Las autoridades federales, estatales y municipales deberán trabajar de forma coordinada para prevenir actos de violencia, vandalismo o confrontaciones entre barras, así como cualquier manifestación de delincuencia organizada que intente aprovechar la concentración de personas.
Es indispensable reforzar filtros de acceso, protocolos de inteligencia, monitoreo en tiempo real, control de alcohol y armas, y mecanismos ágiles de respuesta ante incidentes. El Mundial debe vivirse como una fiesta, no como un riesgo, y demostrar que México tiene capacidad institucional para garantizar la seguridad de sus visitantes y sus ciudadanos. La prevención inteligente y la cooperación con Estados Unidos y Canadá serán claves en este punto.
Finalmente, la organización del Mundial fomentará un periodo de intensa cooperación entre dependencias y gobiernos de los tres países. Esa interacción generará nuevos puentes de confianza y podría traducirse en un mejor trato hacia nuestros migrantes en Estados Unidos, además de fortalecer la certidumbre trilateral rumbo a la eventual revisión del T-MEC.
En suma, el Mundial 2026 no es únicamente una fiesta deportiva: es una plataforma para la proyección de México, un punto de encuentro diplomático y una oportunidad de consolidar una imagen moderna, segura y hospitalaria. Los augurios son positivos. Lo deseable ahora es que sepamos capitalizarlos con visión y responsabilidad.