
Jaime Santoyo Castro.
La relación entre dos naciones va mucho más allá del estilo personal de los mandatarios de cada lado y por tanto no puede estar sustentada en amenazas, ocurrencias, chantajes ni gracejadas.
Los mexicanos y los estadounidenses podremos cambiar de Presidentes de la República, modificar las políticas internas, reformar nuestras constituciones, cambiar nuestras disposiciones en materia migratoria, arancelaria, de seguridad, de transito de mercancías, etc, pero lo que no podemos cambiar es nuestra vecindad y los profundos lazos económicos, culturales y sociales, e infinidad de retos que los nacionales de aquí y de allá compartimos.
La relación entre dos naciones va mucho más allá del estilo personal de los mandatarios de cada lado y por tanto no puede estar sustentada en amenazas, ocurrencias, chantajes ni gracejadas, como si fuera una simple relación entre dos personas. No se trata de Trump y Sheinbaum. Es una relación entre dos estados vecinos y debe basarse en principios de respeto recíproco, cooperación estratégica y beneficio mutuo, porque nadie, por poderoso que se crea, es totalmente autosuficiente. Vale recordar lo que reza aquella vieja canción de los Panchos llamada “Amor, qué malo eres”, que decía – “Las torres que en el cielo se creyeron, un día cayeron en la humillación.” No es que el que esto escribe lo desee, ni mucho menos que lo vaticine, pero esta es una verdad aplicable a todo aquel ente que se considere superior.
Los estudiosos de los temas de la frontera norte sostienen que para guiar nuestra relación bilateral se requiere que de ambos lados se cumpla con lo siguiente:
En resumen, una relación bilateral saludable entre México y Estados Unidos debe basarse en la colaboración equilibrada para enfrentar retos comunes y aprovechar oportunidades, mientras se respetan las particularidades de cada nación. Esto requiere voluntad política, mecanismos eficientes y el compromiso de ambas sociedades. Los mexicanos debemos unirnos y respaldar a nuestras autoridades en obtener un trato respetuoso y digno.