
Antonio Sánchez González.
¿Son las redes sociales las únicas y verdaderas culpables de esta patología creciente? No se ha establecido un consenso científico sobre el tema.
La pregunta persigue a todos los padres de adolescentes: ¿deben limitar el uso de sus teléfonos inteligentes y, sobre todo, el acceso a sus redes sociales? La lista de peligros a los que pueden estar expuestos los jóvenes en línea es larga y sigue creciendo: aislamiento, ansiedad, dificultades para dormir, pensamientos suicidas, ciberacoso… Al mismo tiempo, las publicaciones especializadas llenan sus páginas con datos que advierten de un deterioro sin precedentes de la salud mental de los adolescentes. A ambos lados del Atlántico se generan cifras que muestran el aumento de los ingresos de niños y jóvenes a los servicios de psiquiatría, las que a principios de este año ya superaron todas las previsiones de 2024, como ejemplo, un estudio, publicado en la revista Jama Network Open el pasado enero, muestra un aumento del 15% en las consultas psiquiátricas entre los jóvenes de 13 a 17 años de diversos países occidentales.
Sin embargo, ¿son las redes sociales las únicas y verdaderas culpables de esta patología creciente? No se ha establecido un consenso científico sobre el tema. Una vertiente psiquiátrica sugiere que una gran proporción de jóvenes vulnerables o que ya padecen trastornos mentales tienden a “refugiarse” en las redes sociales. Algunos encuentran consuelo en ello, mientras que otros, muchos de ellos, adoptan comportamientos inapropiados: procrastinan en ellas al tiempo que sufren comparación social, visualización de contenido violento, angustiante o degradante.
Vale la pena argumentar que el comportamiento de los adolescentes que ya sufrían problemas de salud mental diagnosticados difiere del que muestran los jóvenes sin trastornos mentales. ¿Qué pasaría si también hubiera diferencias en el comportamiento según el tipo de dificultades psicológicas: las llamadas “internas”, como la ansiedad o la depresión, y las llamadas “externas”, como la atención, la hiperactividad o los trastornos de conducta? Como resultado, existen grupos de adolescentes con discapacidades de salud mental que pasan más tiempo en las redes sociales y están menos satisfechos con la cantidad de sus amigos en línea que los adolescentes que se sienten cómodos en su propia piel.
Los psiquiatras saben que es probable que en este contexto, los adolescentes que sufren de ansiedad o depresión son particularmente vulnerables. Es más probable que se comparen con otras personas en línea, y su estado de ánimo se ve mucho más afectado por los comentarios en línea (número de me gusta, compartidos o comentarios recibidos en sus publicaciones). Sin embargo, no está clara una relación causal entre el uso de las redes sociales y un posible empeoramiento de sus síntomas. No está claro que la comparación social a través de las redes sociales empeore los síntomas de los trastornos mentales internos. Podría ser al revés y que los comportamientos que generalmente se observan fuera de línea también sucedan online.
En los hechos, las investigaciones sobre el tema son contradictorias, algunas de las cuales apuntan a efectos positivos en la socialización o la educación entre pares. Hoy en día, solo hay un consenso: Las pantallas alteran la cantidad y la calidad del sueño, porque tendemos a acostarnos más tarde, pero esto es cierto a cualquier edad y sabemos que los trastornos del sueño son responsables y/o están asociados a muchos trastornos del estado de ánimo o del comportamiento.
El tema es intrínsecamente complejo. El uso de las redes sociales implica una amplia gama de comportamientos, medios y experiencias: enviar mensajes a amigos, desplazarse pasivamente, participar en comparaciones sociales, etc. Estos comportamientos tienen una amplia gama de efectos en la salud mental, que también dependen de factores como la edad, el género, el contexto socioeconómico y las dificultades de salud mental preexistentes.
Para una mejor prevención, el mundo está obligado a comprender las responsabilidades compartidas en el mal uso de las redes sociales: “los fabricantes” y sus algoritmos, diseñados para alentar a los usuarios a pasar mucho más tiempo del necesario en línea; pero también las “desigualdades sociales” -la desigualdad en la educación y la prevención en el uso racional de las pantallas según el origen social-, en particular las “fragilidades psicológicas” preexistentes. Por último, prohibir en lugar de educar en su uso razonado según la edad, al responsabilizar a los padres, probablemente sería un error.