Antonio Sánchez González.
En 2020, nuestro país, durante mucho tiempo una nación pronatalista por excelencia, se ha ajustado pronto a la tasa media de la OCDE.
La tasa de natalidad muestra una cifra que no es para hacer fiesta, por decir lo menos. Según números del INEGI, en 2023 nacieron en México 1,820,888 bebés. Esto es un 3.7% menos que el año previo y casi un 27% menos que en 2014. Cada uno de los años de la última década ha sido un annus horribilis para la natalidad. En 2020, nuestro país, durante mucho tiempo una nación pronatalista por excelencia, se ha ajustado pronto a la tasa media de la OCDE de alrededor de 1,5 hijos por mujer, un descenso de la tasa de natalidad que se puede observar, por desgracia, de forma bastante similar en todos los países del mundo occidental, lo que significa que todo el hemisferio norte se está moviendo hacia lo que los epidemiólogos y demógrafos ya no dudan en llamar “despoblación”.
El fenómeno va mucho más allá de México, por supuesto, ya que además de la Zona Euro también afecta a algunos países del sudeste asiático, pero obviamente menos, si es que lo hace, a África o al mundo árabe-musulmán, donde algunos empiezan a creer en convertirse en un posible “gran reemplazo”. Para referirse a este fenómeno, obligatoriamente hay que referirse al trabajo de dos investigadores canadienses, John Ibbitson y Darrell Bricker, contenido en un libro pionero, Empty Planet (Éditions Les Arènes), trabajo que ahora ha sido retomado en detalle por la mayoría de los demógrafos, quienes anuncian que vamos, no hacia 13 mil millones de terrícolas como casi todos creían hasta hace pocos años, sino hacia 7 mil millones (hoy somos 8 mil millones).
Antes de sugerir por qué este descenso de la natalidad, que hace las delicias de los ecologistas, es en realidad una pésima noticia para México y para toda esta región del mundo -y para Zacatecas, con sus ingredientes particulares-, hay que recordar que en el último medio siglo hemos recorrido un largo camino poblacional hasta hoy, a saber, los delirios inverosímiles de ecologistas como Paul Ehrlich que anunciaba sin broma en 1968, en un libro de éxito, La Bomba P, que esa superpoblación simplemente iba a destruir el planeta y a la humanidad con él.
Lo peor es que esta tesis no solo fue asumida por la inmensa mayoría de la clase política mundial y no sólo por los líderes de la ecología política que predijeron, siguiendo el famoso informe Meadows, que los 13 mil millones de miembros de la especie homo sapiens que habitaríamos la tierra pronto seriamos la humanidad que aniquilaría al mundo debido a sus modos “capitalistas” de consumo y producción. De ahí las delirantes diatribas de Ehrlich que pedían la esterilización forzada de las mujeres, la vasectomía de los hombres, o incluso el exterminio puro y simple de una parte de la humanidad, y que el comandante Cousteau también abogaba, en una entrevista con El Correo de la Unesco, por la absoluta necesidad, y cito, de una “eliminación de 300 mil seres humanos al día si queremos salvar el planeta“. Un vasto programa, en efecto…
Sin duda, le habría gustado ver que estamos viviendo lo contrario, es decir, la disminución de la tasa de natalidad y, con ella, una despoblación ligada a tres factores fundamentales: en primer lugar, y esto es obviamente afortunado, la emancipación de la mujer y su acceso libre a la anticoncepción, y en segundo lugar, la decadencia de las religiones, al menos en las democracias seculares y por último, el auge de un estado de bienestar que toma el lugar que tradicionalmente era el de los niños para cuidar a los ancianos cuando sufren alguna pérdida de autonomía. Entonces, ¿por qué no es una buena noticia para un país como México y, más allá, para la civilización occidental? Por al menos tres razones.
En primer lugar, porque desde el punto de vista económico un tanto keynesiano, la caída de la demanda interna nunca es buena noticia. En segundo lugar, porque tanto desde el punto de vista militar como civilizatorio, el declive demográfico nos debilita frente al resto del mundo (escuchen a Trump). Por último, porque para compensar este descenso, la tentación natural de las empresas del sector primario es recurrir a la inmigración ilegal… e informal si es necesario. Añadiría que, además, una de las razones de la disminución de la natalidad se debe, paradójicamente, a los efectos de los matrimonios por amor basados en la sacralización de los hijos. Si quieres cuidarlo como el amor incondicional te invita a hacerlo, tienes que dedicarle todo tu tiempo libre. Imaginar que vamos a poder “impulsar” la natalidad aumentando las ayudas sociales es una idea de otra época, cuando los más jóvenes venían a pagar la lavadora, la luz o las tortillas de los mayores. El dinero cuenta, por supuesto, pero son ante todo las condiciones de acogida en las guarderías y luego en las escuelas las que habrá que mejorar si queremos al menos atemperar la caída.