
Antonio Sánchez González.
La actividad física no se trata solo de actividades deportivas o de ocio.
¿Podría la actividad física ayudar a reducir las desigualdades en salud, especialmente las relacionadas con el estatus socioeconómico? Así lo sugieren los resultados de un gran estudio internacional, publicado hace un mes en la revista inglesa The Lancet Public Health.
El análisis de datos obtenidos de la observación del comportamiento de un grupo de más de medio millón de individuos y su actividad física a lo largo de más de una década parecen demostrar que los beneficios para la salud de la actividad física en el tiempo libre son más pronunciados en las personas socioeconómicamente más desfavorecidas y en las que tienen múltiples factores de riesgo cardiovascular que en aquellas con un nivel de riesgo bajo.
El análisis del producto de la actividad física sobre la salud de esos 500 mil individuos se desmenuzó en función de la cantidad de ejercicio hecho por semana, pero también, y sobre todo, su género, su estado socioeconómico, su estilo de vida (consumo de tabaco y alcohol, obesidad) y su salud mental. Todos ellos se encontraban en buen estado de salud en el momento en el que sus datos empezaron a ser recopilados.
No es sorprendente que los individuos del grupo más activo pasaran más tiempo sin desarrollar una enfermedad crónica (diabetes, enfermedad coronaria, cáncer, etc.) que los del grupo menos activo: más de un año, en promedio. Pero se ha demostrado que esta ganancia en años de vida saludable varía mucho según el perfil. Por ejemplo, entre los hombres, es mayor entre los fumadores que aún están activos (2 años y medio) que entre los que nunca han fumado (8 meses). También es mayor entre los que tienen un nivel educativo modesto (año y medio) que entre los más educados (9 meses). Lo mismo ocurre con el nivel socioeconómico: 20 meses más sin enfermedad si es bajo, 10 meses si es alto. La diferencia también es significativa según la salud mental, con 19 meses más en los individuos con depresión (en comparación con 12 en los que no la tienen). Los beneficios son del mismo orden entre las mujeres. Curiosamente, en este grupo de medio millón de personas, el ejercicio no impactó en la salud de las personas con peso no saludable.
Otros estudios habían sugerido que la actividad física puede compensar el efecto del tabaquismo, pero esto no se había medido en términos de ganar años de vida saludable. Por otra parte, seguramente una muy importante, estos hallazgos podrían ser una palanca poderosa para reducir las desigualdades en salud ligadas a comportamientos o perfiles socioeconómicos, y además con un mensaje positivo.
Estos datos son aún más atractivos cuanto que las personas más afectadas por estos factores de riesgo son también las menos deportistas. La proporción de los que hacen ejercicio rutinariamente es significativamente mayor entre los graduados que entre los que no han terminado la secundaria (80% frente a 64%), entre los directivos que entre los obreros (85% frente a 66%) y entre las personas con altos ingresos (79%, frente al 66% entre los que tienen bajos ingresos).
Por supuesto, la actividad física no se trata solo de actividades deportivas o de ocio. Las personas de categorías socioprofesionales menos favorecidas suelen tener menos tiempo de ocio activo pero un trabajo más físico. En la práctica, existen muchos obstáculos a esta actividad para los grupos desfavorecidos (financieros, estructurales, culturales, etc.), pero las iniciativas específicas demuestran que se pueden eliminar.
Nuestro país, en el que la expectativa de vida se ha visto reducida como en ningún otro en la OCDE, cuyo sistema de salud y cada familia están abrumados por una epidemia de enfermedades crónicas que acortan la vida, el mismo que no encuentra el camino hacia una política de salud que reduzca esta carga dolorosa y que ha emprendido una cruzada con futuro incierto (hablando de sus repercusiones en la salud de la población general) en la que se pretende visitar casa por casa a ancianos enfermos, tiene en estos datos la posibilidad de torcer de forma positiva el tobogán de enfermedad que estamos viviendo, previniendo y no tratando complicaciones.