
Antonio Sánchez González.
Francisco se colocó inmediatamente bajo el patrocinio del santo de Asís, cuando eligió el nombre del apóstol de la creación y de la paz, a quien se le había confiado una misión: “Reparar mi Iglesia”.
El Papa Francisco falleció la madrugada del lunes de Pascua, como si hubiera querido llevar a la Iglesia a la Resurrección antes de renunciar al espíritu. Su aparición entre miles de fieles del día anterior impresionó a los observadores y médicos. Estaba visiblemente al límite de sus fuerzas.
Francisco se colocó inmediatamente bajo el patrocinio del santo de Asís, cuando eligió el nombre del apóstol de la creación y de la paz, a quien se le había confiado una misión: “Reparar mi Iglesia”. Y su pontificado fue largo y rico en iniciativas, textos y declaraciones. Corresponderá a los historiadores y a otros expertos hacer un balance de él, ya que su profusión dificulta su lectura.
Así, emprendió con vigor la reforma de la curia. Pero este hombre jovial también gobernó con mano de hierro, escribió de su mano magníficas encíclicas (´Laudato si’) o exhortaciones inspiradas, tocó temas inflamables (divorcio, homosexualidad, ordenación de hombres casados) y también denunció sin pelos en la lengua y -literalmente- hasta el último día de su vida, la deriva filosófica y económica contemporánea, resumiendo la miseria moderna con una expresión impactante: “cultura del descarte”: el abandono de los pobres, el rechazo de los niños no nacidos y de las personas al final de la vida o que sufren enfermedades invalidantes que les obligan a depender de otro.
Nunca hubo duda en él a propósito de denunciar esta cultura de desechar lo que en algún momento alguien declara inservible. En diversos momentos, desde el mismo 2013, criticó en diversos textos y discursos la “cultura del descarte” que se aplica “no solo a los alimentos o bienes superfluos que son objetos de desecho, sino a menudo y sobre todo a los mismos seres humanos, que son ‘desechados’ como si fueran ‘cosas innecesarias'”. Problemas y estorbos tirados, fuera de la vista.
Pero la aclaración más fuerte -y sin ninguna ambigüedad- fue dada por Francisco de manera más razonada en una exhortación apostólica de noviembre de 2013, titulada “La Alegría del Evangelio”. En un pasaje en el que habla sobre la defensa de los “más débiles”, escribe: “Entre estos débiles, a los que la Iglesia quiere cuidar con predilección, están también los no nacidos, que son los más indefensos e inocentes de todos, a los que hoy quieren negar la dignidad humana para poder hacer con ellos lo que quieran, quitándoles la vida y promoviendo una legislación que hace imposible que nadie lo impida”.
El Papa explica por qué esta lucha no es, en su opinión, “oscurantista”: “Con frecuencia, para ridiculizar alegremente la defensa de la Iglesia de los indefensos, los desahuciados y los no nacidos, su posición se presenta como algo ideológico, oscurantista y conservador. Y, sin embargo, esta defensa de la vida por nacer está íntimamente ligada a la defensa de todos los derechos humanos. Presupone la convicción de que el ser humano es siempre sagrado e inviolable, en cualquier situación y en cualquier fase de su desarrollo”.
Luego se refiere a lo que está en juego en este tema que va mucho más allá del círculo de su Iglesia: “Si esta convicción desaparece, ya no hay fundamentos sólidos y permanentes para la defensa de los derechos humanos, que entonces siempre estarán sujetos a las conveniencias circunstanciales de los poderosos del momento”, y por lo tanto, advierte: “Este tema no está sujeto a las llamadas reformas o ‘modernizaciones'”. Y se dirige a quienes creen que la eutanasia o el aborto serían progreso: “No es progreso pretender resolver los problemas eliminando una vida humana”.
Pero este religioso también insiste en la tragedia por la que atraviesan las personas enfrentadas al aborto o a la decisión de terminar con su vida de forma deliberada: “Es verdad que hemos hecho poco para acompañar adecuadamente a personas que se encuentran en situaciones muy difíciles, donde un sacrificio humano se les presenta como una solución rápida a su profunda angustia, especialmente cuando la vida, la enfermedad, el desahucio son consecuencia de la violencia, o en un contexto de extrema pobreza. ¿Quién puede dejar de comprender estas dolorosas situaciones?”
Pero, finalmente ¿este Papa al que enterrarán mañana ha logrado “reparar” a la Iglesia? Al menos, este hombre de voz profética dejó un mensaje absolutamente claro a quienes elegimos el deber de aliviar a los que enfrentan condiciones vulnerables o desesperadas (un mensaje muy claro al personal de salud) y se esforzaba por hacer temblar enérgicamente una casa que consideraba dormida: una situación a la que, como infatigable centinela de Dios, incluso debilitado, nunca se había resignado.