

Andrés Manuel López Obrador reapareció con un video de casi 50 minutos que no fue la presentación de su libro, sino la confirmación de que nunca se retiró.
Casi 14 meses después de dejar la presidencia, Andrés Manuel López Obrador reapareció con un video de casi 50 minutos que no fue la presentación de su libro, sino la confirmación de que nunca se retiró. Desde su finca “La Chingada”, intenta reciclar su poder bajo la máscara de un jubilado austero y desconectado. El problema es que esa impostura se derrumba en cuestión de minutos.
AMLO afirma que usa un celular “cacahuatito” sin internet y que recibe las noticias con días de retraso. Esa versión es incompatible con quien gobernó obsesionado con la agenda mediática, marcaba temas desde la madrugada y convertía la Mañanera en una herramienta diaria de control político. Su narrativa del “desconectado” le sirve para eludir la responsabilidad por las crisis actuales, que en gran medida se deben a él, y para aparecer solo cuando le conviene, sin costo político. Su retiro es falso; es un diseño.
El centro de su mensaje es Grandeza, un libro en el que intenta convertir la historia en un catecismo político. Su tesis —que la corrupción y la violencia llegaron con Europa y que el mundo prehispánico era un edén pacífico— no resiste el mínimo rigor. El Huei Tzompantli, descubierto por el INAH en el Templo Mayor de Tenochtitlan, con miles de cráneos de hombres, mujeres y niños unidos con cal, documenta sacrificios rituales sistemáticos. Las Guerras Floridas y el régimen tributario mexica muestran un imperialismo que llevó a miles de pueblos originarios a aliarse con los españoles por odio al dominio azteca. Negar todo eso no reivindica la historia; la borra. Pero, políticamente, funciona: crea una pureza original que solo él puede encarnar.
Ahí aparece otra contradicción: la hispanofobia de un nieto de español. Para convertirse en líder del “México profundo”, López Obrador renunció a su propia sangre para legitimar la narrativa antiespañola. No es ignorancia, es cálculo. En su imaginario, España es un enemigo útil: permite culpar a otros del atraso interno del país y consolidar la identidad del movimiento.
Lo más delicado de su mensaje tiene que ver con la presidenta Claudia Sheinbaum. Al declararla “la mejor presidenta del mundo” y pedir a sus seguidores que “no le hagan sombra”, AMLO no la fortalece; la condiciona. Es el “abrazo del oso”, una maniobra que la presenta como líder protegida, no como líder con autoridad propia. Además, le cierra el espacio para corregir rumbo: si intenta modificar políticas fallidas —seguridad, energía o reforma judicial—, estaría desafiando la “perfección” que él acaba de dictarle. La alabanza es una advertencia.
Aún más peligroso es su “cláusula de retorno”. AMLO afirma que rompería su retiro si hubiera un ataque a la democracia, acoso a la presidenta o violación de la soberanía. Pero en su vocabulario, “golpe”, “fraude” o “soberanía” no tienen significado jurídico, sino político. Él decide qué activaría su regreso. Es un veto supraconstitucional que pretende dejar a la presidenta gobernando bajo la sombra de un patriarca que se reserva el derecho a intervenir.
López Obrador no se retiró. Solo cambió de escenario. Claudia Sheinbaum gobierna, pero su antecesor quiere hacernos creer que él sigue reinando desde la selva.
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