
Juan Carlos Ramos León.
Son esa hipocresía e incongruencia las que a muchos nos hace despreciar a los políticos, que hablan de servir al pueblo y más bien se sirven de él.
Ha sido tema de conversación durante toda la semana la penosa escena que protagonizaron los senadores Alejandro Moreno y Gerardo Fernández Noroña en la tribuna del Senado de la República. Y lo fue justo al terminar de cantar el himno nacional. No apenas terminaron de entonar frases como “que la paz del arcángel divino”… “el cielo un soldado en cada hijo te dio”… y, así, dos mexicanos se confrontaron dando una vergonzosa exhibición de todo lo contrario a lo que había salido de sus labios segundos atrás.
Son esa hipocresía e incongruencia las que a muchos nos hace despreciar a los políticos, que hablan de servir al pueblo y más bien se sirven de él -y con cuchara grande-, que andan promulgando sus votos de pobreza pero se dan lujos que muchos de sus gobernados no podemos darnos, y que se convierten en dioses del Olimpo, inalcanzables para nosotros, simples mortales, pero que en campaña descienden de los cielos para tomase fotos abrazando a viejitas pobres y entregando despensas en comunidades por todos siempre olvidadas.
Pero ¿sabe qué? Esa misma falta de congruencia de un político que canta el himno nacional para, al terminar, agredir a otro, la que a usted y a mi nos hace estar dispuestos a ofrecer un soborno a uno de ellos para que nos facilite un trámite o nos beneficie con sus “favores”, la que no nos detiene para sacar de la bolsa un billete para dárselo al agente de tránsito que amenaza con multarnos por haber infringido la ley, y es, también, la misma que hace que un hombre engañe a su mujer con otra -o viceversa-, que uno se pase de listo con otro en un negocio o que alguien le realice una llamada de extorsión para robarle dinero por medio de engaños. No hay otra forma de llamarlo. O se es o no se es, así que véase en el espejo de ese episodio, está por todas partes, desde distintos ángulos: Uno de esos pelafustanes es usted mismo cada que no es congruente con sus propios principios.
¿Duras palabras? Sí. Pero no cabe duda de que si las cámaras de senadores y diputados están llenas de pillos, inútiles, ambiciosos y faltos de escrúpulos es porque los mexicanos estamos bien representados. ¿Dónde está la gente honesta, trabajadora y luchona que es fiel a los valores que le fueron inculcados por sus ancestros? Sí la hay, ¡claro que la hay! Pero está callada, durmiendo el sueño de los justos mientras ve con pasividad como los indeseables a los que les ha cedido el paso están haciendo jirones el país.
¡Nos faltan valor y congruencia, caray! Ahí estamos todos criticando la escena, pero a los cinco minutos ya nos encontramos criticando al compañero de trabajo o haciéndole ojitos a la vecina, igualito que los que se pelearon después de cantar el himno nacional.