
Juan Carlos Ramos León.
Interactuar con un bot puede ser más cómodo por una sencilla razón: no tiene conciencia, criterio o convicciones propias que le hagan emitir posturas.
Tal parece que los seres humanos nos hemos cansado ya tanto unos de otros que hay quienes comienzan a preferir la intimidad con bots de inteligencia artificial.
En febrero de este año un joven de 14 años se suicidó después de sostener una de estas “relaciones” durante meses con un chatbot de la compañía “Character.AI”.
Se ha abierto un debate interesante al respecto de la tragedia. Como es mi costumbre, aquí le comparto mi opinión.
No se puede esperar gran cosa de una raza humana que se desprecia tanto a sí misma que ha preferido maravillarse de las simpáticas gracias realizadas por animales o de los impresionantes avances de la inteligencia artificial y se ha olvidado ya de aplaudir los logros de un atleta paralímpico o un equipo de menores de primaria que ganan concursos mundiales de ciencias. Estamos tan decepcionados de las otras personas que preferimos la compañía de entidades irreales, a las que hemos dado el nombre de “inteligencias artificiales”.
Interactuar con un bot puede ser más cómodo por una sencilla razón: no tiene conciencia, criterio o convicciones propias que le hagan emitir posturas muchas veces contradictorias a las de uno como contraparte. Es decir, sí, yo creo que podría resultar más fácil “intimar” con un bot porque no se está interactuando con otro que con uno mismo. Esa “conversación” no es otra cosa que la proyección de las propias emociones y sentimientos con una entidad que, por supuesto, está ampliamente enriquecida con una gran cantidad de conocimiento y cuya “inteligencia” se va alimentando más y más con la información que adquiere y asimila de esa “interacción” simulada.
Muchas veces las personas nos sentimos solas. Vacías. Y a mi gusto el riesgo de esta “intimidad” con bots sólo hace que el vacío se vuelva más grande ya que no implica otra cosa que adentrarse más en uno mismo, en la propia soledad. Si un ciego guía a otro ciego los dos caen en el hoyo así que imagínese usted lo que pasa cuando es el propio ciego quien se guía a sí mismo.
El joven protagonista de esta tragedia (Sewell Setzer) fue diagnosticado de niño con Síndrome de Asperger leve. Tal vez este “pasatiempo” que adquirió durante sus últimos meses de vida deterioraron severamente su estado anímico y por eso el fatal desenlace fue inevitable; pero ¿cuántos de nuestros adolescentes -y de nosotros mismos- no pasamos por momentos duros en los que necesitamos del acompañamiento de alguien que nos escuche, nos comprenda y, quizás, hasta nos aconseje? Y todos andamos tan emproblemados que hemos abandonado al olvido ese gesto que nada nos cuesta de ver a alguien a los ojos y preguntarle “¿cómo estás?” En todas las dimensiones de nuestras vidas, la escuela, el trabajo, la familia, hay otros seres humanos a los que les podría venir muy bien un “ven, te invito un café”.