

Juan Carlos Ramos León.
Son nuestros hechos los que nos definen y no nuestras palabras. Lo bien que hablemos de nosotros de poco sirve si no existen la actitud y conducta apropiadas que lo respalden.
El día de ayer asistí a la misa dominical. Se leyó el Evangelio en el que se habla de dos hombres que van al templo a orar y uno de ellos se enaltece y el otro se muestra humilde. La narración es utilizada por Jesús para dejar en claro qué tipo de actitud es la que agrada a Dios. Y es que no se trata de ser “agachón” o sumiso porque a Dios le agrade verlo a uno humillarse ante Él, Pero está claro que es sólo quien reconoce su condición de creatura quien puede aceptar la infinita superioridad de su Creador y lograr entonces con Él, una conexión de amor, ya que el Creador por amor nos concibió y nos dotó de libertad, además, para que, con esa libertad eligiéramos o no corresponder a su amor.
Son nuestros hechos los que nos definen y no nuestras palabras. Lo bien que hablemos de nosotros de poco sirve si no existen la actitud y conducta apropiadas que lo respalden. Es por eso que muchos de nuestros políticos han perdido tanta credibilidad y aunque a veces sus intenciones sean genuinamente las de servir a su comunidad, la arrogancia con la que se conducen nos hace poner en duda todo lo demás.
La humildad es una virtud que ha sido el hilo conductor de muchas de estas reflexiones que le comparto en este espacio semanal. Y es que es la base y fundamento de toda buena conducta de un ser humano. Pero no hay forma de que exista, en verdad, si no se parte de reconocerse a sí mismo una pequeña aunque importante fracción de un todo en el que prevalece un orden que se origina en un ser superior al que hay que subordinarse, no por no haber mayor remedio, no por dominio forzado, sino por decisión propia, fundada en un amor similar al del hijo que ama a su padre y que llega a reconocer su superioridad, muchas veces aún por encima de sus propios errores y defectos, pues todos los seres humanos somos imperfectos -teniendo en claro que sólo Dios es perfecto-.
Si usted es padre dígame si no le conmueven las palabras de su hijo cuando se acerca para pedirle algo, agradecerle o sencillamente decirle cuánto lo ama. ¿Verdad que sí? ¿Verdad que lo que ahí se aprecia es un hijo que viene a usted con la humildad de ese pequeño ser que le da su lugar? ¿Verdad, también, que usted como padre no apreciaría tanto los argumentos de un hijo que llega enalteciéndose a sí mismo, con argumentos como: “gracias, padre, porque soy el más inteligente de mis hermanos y pronto lo seré mucho más que tú mismo”?
“Humildad” es un concepto muy diferente a “humillación”. Uno es un valor, el otro es un acto destructivo. El primero construye, el segundo no. El primero se aprecia, el segundo es despreciable.