
Juan Carlos Ramos León.
Como que la mayoría de los mexicanos vivimos esperanzados a que llegue un súper héroe a salvarnos de nuestra mediocridad y nos resuelva todas nuestras broncas.
Se acercó conmigo una persona para comentar al respecto de cómo se podría que ‘alguien más’ resolviera algunos problemas que ambos tenemos en común, por circunstancias de la vida. Yo le observaba: “pues vayamos resolviéndolos nosotros, al fin que seremos los primeros beneficiados” y su respuesta fue: “noooo es que yo no tengo tiempo, estoy muy ocupado por la chamba”. Luego comprendí que su intención era aventarme a mí por delante.
Es la actitud de nosotros, los mexicanos. Sabemos que las cosas no van bien pero todos esperamos a que se resuelvan solas. O que las resuelva ‘alguien más’. Quitando, por supuesto, a las debidas excepciones como emprendedores exitosos, filántropos y altruistas que dedican verdadera pasión a lo suyo, pareciera que somos un país de espectadores y no de jugadores en donde el espectáculo es no como un partido de fútbol, sino como el circo romano en el que la arena la pisamos los que formamos la clase media.
No sé si sea la gran influencia que ejerce Hollywood en nuestra cultura pero como que la mayoría de los mexicanos vivimos esperanzados a que llegue un súper héroe a salvarnos de nuestra mediocridad y nos resuelva todas nuestras broncas. Quizás sea que nos conformamos con que no nos vaya tan mal -como a otros-. Pero es esta clara apatía la que le está sirviendo el país en charola de plata a los carroñeros.
Lamentablemente esta actitud de “así déjalo, mientras no te afecte” se vuelve una lección que enseñamos todos los días a nuestros hijos para transmitirles este obsoleto modus vivendi para que forme parte del acervo de sus propias conductas adultas en su futuro, condenándolos a ellos y a nuestro México a continuar arrastrando los pies en un mediocre peregrinaje.
O dígame usted si hasta en su propio trabajo personas y departamentos enteros trabajan más que por lograr los objetivos para “que no se les culpe en caso de que algo salga mal” y, claro, cuando precisamente sale mal son los primeros en brincar a exhibir todo tipo de pruebas y evidencias para decir “a mí no me culpen, yo no soy responsable” como si con eso el escenario se transformara de pronto como en un cuento de hadas y la historia alcanzara su final feliz.
Las cosas podrían ser diferentes si cada uno, con auténtica humildad, comenzáramos a sentirnos un poquito culpables cuando algo sale mal, es decir, si asumiéramos parte de la responsabilidad. Sin caer en exageraciones pero sí reclamarnos un poco hacia nuestro interior “¡chin! creo que yo tengo la culpa” y actuar en consecuencia. Al final créame, haciendo este ejercicio dos o tres veces se dará usted cuenta de que no está tan equivocado y sí tiene algo de culpa en aquello que falló. Y seguramente también esta sensación le hará buscar soluciones, no culpables.