
Juan Carlos Ramos León.
Cuando comienza un nuevo año todos creemos que será mejor que el anterior. Eso se llama “esperanza”.
¿Por qué sentimos miedo? Por una parte debido a que, ante determinada situación, desconocemos el probable resultado, es decir, nos sentimos inseguros. Pero también por el hecho de que ya sabemos lo que puede suceder como consecuencia de nuestras acciones y entonces ¡resulta peor! Porque, en este caso el miedo sí nos paraliza y nos conduce a la inacción. Y muchas cosas buenas que bien podrían haber ocurrido, nunca llegarán a darse. En cambio, cuando sencillamente no sabemos qué puede ocurrir, es un poco más fácil “tirarse el clavado”. “Si tienes miedo, hazlo con miedo”, dicen.
365 días por delante (bueno, ya 360, contando éste) son un buen pretexto para “hacerlo con miedo”, o sin miedo, si usted tiene esa suerte de ser más aventado. Pero de hacerlo. Hay quienes se quedan instalados en su zona de confort observando cómo la vida pasa de prisa justo frente a sus ojos, unos quejándose por el éxito de los que lo alcanzan, otros más resignados y con la cabeza gacha, pero igualmente resentidos.
Cuando comienza un nuevo año todos creemos que será mejor que el anterior. Eso se llama “esperanza”. Y cuando el hombre pierde la esperanza queda desprovisto de todo propósito que le anime a andar por la vida. Y no sé a usted pero a mí la pura palabra “esperanza” me pone a latir el corazón más de prisa, precisamente por todo el significado que encierra. Esperanza de que las cosas irán mejor, para mí y para mis seres queridos. Esperanza de que todo lo gris se pintará de color, de que el bien logrará nuevas victorias sobre el mal y de que aquellos problemas que hacen sombra por fin se verán resueltos. Así como la noche siempre precede al día y la tormenta a la calma, todo túnel, por muy obscuro y largo que parezca, tiene un fin por el que la luz tarde o temprano se asoma.
Y si usted ve que se cierne una amenaza sobre esa esperanza que le anima, busque disiparla encontrando en aquellos a quienes ama y quienes le aman mil razones más para reencontrarse con ella; ahí está, no se ha ido, le espera a la vera del camino para continuar con usted su andar hasta llevarle a buen puerto.
¿Hizo sus propósitos? Porque a medida que va entrando uno en edad es fuerte la tentación de renunciar a ellos y caer en ese estado de conformismo del que más nos vale mantenernos a distancia. Un propósito con medios perfectamente definidos se convierte en meta y las metas se alcanzan a través del esfuerzo constante, del agarrar fuerzas de todos lados para levantarse de la lona cuando las circunstancias de la vida nos “acarician” con sus golpes y seguir librando la batalla, la mayoría de las veces, contra uno mismo.
¡Que tenga usted un 2025 lleno de esperanza!