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Jaime Santoyo Castro

Si siembras tormentas, cosechas tempestades

Si siembras tormentas, cosechas tempestades

Jaime Santoyo Castro.

Está visto que cuando la política se termina, las agresiones son la vía.

Jaime Santoyo Castro
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1 de septiembre 2025

La política mexicana tiene memoria corta, pero la sociedad no olvida los gestos, los excesos ni los manotazos que marcan a sus diversos protagonistas. El reciente altercado en la Comisión Permanente del Congreso de la Unión entre Alejandro “Alito” Moreno, presidente del PRI, y Gerardo Fernández Noroña, en su momento presidente del Senado, es una muestra más de cómo el debate parlamentario en nuestro país se degrada cuando quienes detentan el poder confunden la autoridad institucional con el abuso personal.

Nadie puede negar que Fernández Noroña ha construido una carrera política a base de gritos, amenazas y desplantes. Su estilo bronco y pendenciero, que en otros tiempos se justificaba como rebeldía de un personaje de la oposición frente a un sistema cerrado, hoy se ha transformado en intolerancia y soberbia desde la posición de poder que ostenta. En cada tribuna, en cada entrevista y en cada sesión del Senado, ha exhibido una conducta abusiva, intimidatoria e irrespetuosa con quien se ha atrevido a contradecirlo.

Lo paradójico es que ahora exige el respeto que él nunca otorgó. Ahora exige consideración absoluta, hasta el extremo de demandar a un abogado que lo criticó en el aeropuerto y obligarlo a disculparse públicamente. Una actitud que raya en el autoritarismo y que contradice abiertamente el espíritu democrático que dice defender.

Debemos decir que el episodio con Alito Moreno le resultó, incluso, funcional. La discusión con aventones, manotazos y gritos, aderezada con la participación de un colaborador ataviado con collarín, venda y cabestrillo, sirvió de cortina de humo frente a una revelación incómoda: la compra de una casa en Tepoztlán, Morelos, valuada en 12 millones de pesos, cifra muy superior a lo declarado en su patrimonio y a sus ingresos como legislador. En lugar de responder con transparencia, Noroña optó por la insolencia: “No tengo obligación personal de ser austero”, declaró, desmarcándose sin pudor de los principios que su propio partido, Morena, ha enarbolado como bandera política. Qué dirá la gente pobre que; por no tener su cargo no puede decir lo mismo?

Conste que este artículo no tiene como finalidad defender al Senador Alejandro Moreno, porque para el que esto escribe el acto es bochornoso e indefendible. Tampoco se inscribe en la intención de dañar al Senador Gerardo Fernández Noroña. ¡¡¡Esto más allá!!!  El problema de fondo no es solo un pleito entre dos políticos que sin duda están acostumbrados al espectáculo mediático. Lo grave es el mensaje que se manda a la ciudadanía: la política como ring, el insulto como argumento y la soberbia como método de legitimación.

Está visto que cuando la política se termina, las agresiones son la vía, y estos dos personajes no se distinguen por lo primero, e inevitablemente con cada exceso, se erosiona la seriedad del Congreso y se debilita la confianza en las instituciones.

La frase popular que titula este artículo encierra una advertencia inevitable: quien ha sembrado durante años gritos, insultos y manotazos, terminará cosechando tempestades, porque el poder es efímero, y cuando se ejerce sin respeto ni congruencia, deja tras de sí no solo enemigos, sino también un descrédito que ni la fuerza ni el cargo alcanzan a borrar, pero lo malo es que este escándolo no se circunscribe sólo a ellos dos. El hecho trasciende fronteras, salpicando injustificadamente a todos los mexicanos; y los mexicanos no podemos aceptar que se nos califique por un hecho aislado; tanto en las Cámaras del Congreso de la Unión, como en los partidos politicos, hay quienes de sobra han acreditado que sí saben hacer política, y lo han demostrado por muchos años, pero a veces nos obstinamos por privilegiar lo contrario.

En democracia, el respeto no se impone a manotazos: se gana con conducta, con congruencia y con altura de miras. Y si algo ha demostrado este episodio, es que la intolerancia disfrazada de autoridad siempre termina mostrando su verdadero rostro. La política mexicana ya no necesita gladiadores de circo, sino estadistas que comprendan que la fuerza de las instituciones radica en el ejemplo, en la mesura y en la capacidad de diálogo. La ciudadanía observa y evalúa, y lo que hoy parece triunfo en la arena parlamentaria puede convertirse mañana en una derrota moral de la que no se regresa. ¡¡¡Cuidado!!!

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