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Jaime Santoyo Castro

¿Apostarle al fracaso de México? ¡¡¡Nunca¡¡¡

¿Apostarle al fracaso de México? ¡¡¡Nunca¡¡¡

Jaime Santoyo Castro.

El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, desde el inicio de su mandato, ha amenazado un día sí y otro también, con imponer aranceles unilaterales a los productos mexicanos.

Jaime Santoyo Castro
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4 de agosto 2025

En la historia política de cualquier país, hay momentos que reclaman la unidad de todos; en los que las diferencias ideológicas y políticas deben dar paso al interés superior de la nación. México ha vivido muchos de esos episodios, y hoy, ante los retos que se ciernen sobre la economía nacional y la diplomacia internacional, no podemos permitirnos el lujo de fragmentarnos por el egoísmo partidista o el cálculo electoral.

El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, desde el inicio de su mandato, ha amenazado un día sí y otro también, con imponer aranceles unilaterales a los productos mexicanos, desestabilizando no sólo la relación bilateral, sino poniendo en jaque a miles de empleos, cadenas productivas y la estabilidad de nuestra economía. Esa amenaza pende como espada sobre la cabeza de los mexicanos, y se ha requerido de una acción diplomática hábil y contundente del actual gobierno mexicano, encabezado por la Presidenta Claudia Sheinbaum, quien ha podido sortear hasta el momento con inteligencia y firmeza el temporal.

En este contexto, surgen voces que parecen más interesadas en que el gobierno tropiece, que en que México avance. ¿Cómo se les llama a quienes apuestan al fracaso de su propio país, con tal de ver debilitada a la administración en turno? ¿Cómo denominar a quienes prefieren un tropiezo en la negociación internacional con tal de tener una excusa para criticar? No hay otra palabra más clara que esta: antipatriotas.

Pero cuidado. No se debe caer en la trampa de generalizar ni de etiquetar a toda la oposición con el mismo juicio. Sería profundamente injusto. En todos los partidos políticos hay mujeres y hombres de bien, personas que, más allá de las diferencias ideológicas, queremos lo mejor para México. Que entendemos que cuando se trata de defender al país frente a una amenaza externa, no hay colores ni banderas partidistas: sólo hay una, la tricolor.

Yo mismo soy parte de una organización política distinta a la del gobierno en funciones, pero eso no me impide reconocer los aciertos cuando los hay, ni respaldar con convicción las decisiones correctas que se toman por el bien de la nación. Así como se debe señalar con firmeza los errores, también se debe aplaudir el éxito, sin importar quién lo haya logrado y hoy; hay que reconocerlo, la Presidenta ha logrado posponer por noventa días más la amenaza de los aranceles sobre el cobre, a diferencia de otros paises que no han podido hacerlo.

La política no puede reducirse a una competencia por ver quién cae primero. No se trata de apostar al tropiezo del otro para cobrar venganza en las urnas. Esa visión corta y mezquina ha hecho mucho daño a nuestro país. Por el contrario, debemos apostar a que le vaya bien al gobierno, porque si le va bien, le va bien a México. Y eso, por encima de cualquier otra consideración, debe ser el objetivo común.

Cuando un gobierno enfrenta retos como la amenaza de aranceles arbitrarios por parte de una potencia como Estados Unidos, se requiere la colaboración de todos los sectores políticos, económicos y sociales, construyendo juntos los puentes que nos permitan salir adelante. Esa es la verdadera política de altura. Esa es la diferencia entre el patriota y el oportunista.

Porque es muy fácil criticar desde la comodidad de la trinchera partidista. Es muy fácil señalar los errores del gobierno cuando uno no carga con la responsabilidad de tomar decisiones difíciles. Lo difícil, lo valiente, es colaborar sin renunciar a las convicciones, tender la mano sin claudicar en los principios, sumar sin dejar de cuestionar.

Y esto aplica tanto para los oficialistas que no aceptan críticas, como para los opositores que no reconocen virtudes. Ambos extremos terminan por dañar al país, uno por la soberbia del poder, otro por el rencor del resentimiento.

En lugar de apostar al fracaso, apostemos al éxito. En lugar de esperar que le vaya mal al gobierno para decir “te lo dije”, deseemos que le vaya bien y digamos “lo logramos juntos”. Esa es la visión que necesita México. Porque gobernar es una tarea compleja, llena de matices, donde cada acierto es una victoria para todos, y cada error, una lección que debe corregirse.

A la presidenta Claudia Sheinbaum le tocará enfrentar desafíos mayúsculos, tanto internos como internacionales. La mayoría de ellos heredados por su antecesor; otros nuevos. Pero lo que no debe enfrentar es el deseo malicioso de que fracase. La crítica es necesaria y saludable, pero el odio disfrazado de oposición sólo envenena la vida democrática.

Y reitero: no todos en la oposición somos iguales. No todos jugamos a la derrota ajena como si fuera un triunfo propio. Muchos queremos un México que crezca, que se fortalezca, que sea respetado en el mundo. Y en ese camino, estaremos siempre dispuestos a respaldar lo que esté bien, venga de donde venga.

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