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Jaime Santoyo Castro

Negligencia de algunos y acciones heroicas de otros

Negligencia de algunos y acciones heroicas de otros

Jaime Santoyo Castro.

La naturaleza tiene sus ciclos, y lo que es evidente es que no la hemos aprendido a entender y a respetar.

Jaime Santoyo Castro
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20 de octubre 2025

La semana pasada, a propósito de las desgracias generadas en algunas regiones del sur y centro de la República por las precipitaciones pluviales, escribí en este espacio sobre las dos caras de la lluvia: la de la esperanza, que brota de cada gota que cae sobre la tierra y hace germinar la producción del campo; y la de la destrucción, que genera caos y pérdidas cuando azota con furia a regiones como la Huasteca potosina, hidalguense o veracruzana, así como a muchas otras zonas del sur del país.

La naturaleza tiene sus ciclos, y lo que es evidente es que no la hemos aprendido a entender y a respetar. Si nos trae agua en exceso, nos quejamos; si no nos llega la suficiente, también. Pero lo más lamentable es que, cuando llega en abundancia, no la aprovechamos. La dejamos correr, y el agua, como siempre, busca su cauce natural. En demasiadas ocasiones ese cauce se encuentra bloqueado por la mano humana: por la basura que arrojamos o, peor aún, por asentamientos irregulares construidos sobre los antiguos lechos de ríos o arroyos, que lejos de dar alivio a las necesidadaes de vivienda de la población, terminan convirtiéndose en trampas mortales.

En las áreas urbanas, los sistemas de drenaje suelen estar saturados de desechos y basura. Los ductos, obstruidos, se vuelven insuficientes para contener la fuerza del agua que, al no poder fluir, se desborda y causa inundaciones y destrozos. A ello se suma el uso irresponsable del agua potable, que se desperdicia cotidianamente en fugas, riego excesivo o descuido generalizado, especialmente en las ciudades.

Este panorama pone en evidencia una cadena de negligencias: la de quienes permitieron asentamientos humanos en zonas de riesgo; la de autoridades que no planificaron o actualizaron los sistemas de drenaje y los atlas de riesgo y no estuvieron atentos a establecer estrategias de prevención y de cuidado, y la de ciudadanos que, por falta de cultura cívica o simple desinterés, tiran su basura donde no deben. Todos estos factores combinados conforman una conducta colectiva de irresponsabilidad que, en cada temporada de lluvias, se traduce en tragedias previsibles.

Porque las inundaciones no son un “castigo divino” ni una “fatalidad inevitable”. Son, en buena medida, consecuencia de la omisión y de la falta de prevención. Las autoridades municipales, estatales y federales deberían coordinarse no sólo para reaccionar ante los desastres, sino para prevenirlos, limpiando cauces, reforestando cuencas, reforzando infraestructura hidráulica y, sobre todo, impidiendo que el desorden urbano siga avanzando sobre las zonas de alto riesgo.

Sin embargo, en medio de la desgracia, siempre emergen las luces de la solidaridad y el heroísmo, y es muy justo reconocerlo. En cada emergencia, los elementos del Ejército Mexicano y de la Marina, han mostrado, una vez más, su disciplina, entrega y vocación de servicio. Bajo la lluvia, entre el lodo y el peligro, se les ve rescatando personas, transportando víveres, abriendo caminos, restableciendo comunicación y dando esperanza. Su trabajo muchas veces pasa inadvertido o no recibe el reconocimiento merecido, pero son ellos quienes sostienen, en los momentos más críticos, el rostro humano del Estado mexicano.

A ellos se suman también bomberos, guardia nacional, paramédicos, policías, brigadistas de Protección Civil y voluntarios que, sin más interés que el de servir, arriesgan su vida para salvar otras. Esas acciones heroicas, silenciosas y constantes, contrastan con la indiferencia de quienes tienen en sus manos las decisiones preventivas y no las toman.

Por eso, cada temporada de lluvias debería servirnos para reflexionar: ¿qué hemos hecho o dejado de hacer; para evitar que la historia se repita? No podemos seguir considerando los desastres como “inevitables”. Son evitables si hay conciencia, planeación y compromiso. La naturaleza cumple con sus ciclos; la responsabilidad es nuestra.

La negligencia de algunos se paga con el sufrimiento de muchos. Pero también, en cada tragedia, la nobleza y la valentía de otros nos recuerdan que México sigue siendo un país con grandes hombres y mujeres dispuestos a darlo todo por los demás. Y eso, pese a todo, sigue siendo motivo de esperanza.

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