Antonio Sánchez González.
Parece saludable que solo los médicos y el personal de salud puedan promocionar productos saludables y la publicidad del alcohol y la nicotina esté casi prohibida.
Para promover la salud lo más cerca posible de cada persona, una muy buena manera es utilizar las herramientas tecnológicas e informáticas actuales. Incluso las grandes instituciones académicas y hospitalarias en el mundo desarrollado están empezando a recurrir a las redes sociales para lograrlo, como un paso necesario para llegar a las personas que no tienen acceso a la atención médica. A través de nuestra formación, quienes somos profesionales de la salud, eventualmente podemos tener el ojo crítico, el tono adecuado y el matiz necesario.
En buena parte del mundo -aunque en nuestro país eso no está muy claro-, las autoridades están a favor del uso positivo de estos medios: por ejemplo, la Academia de Medicina de Francia ha instituido un premio que se concede a los divulgadores de la salud en aquel país; el premio se otorga a quien ofrece a los espectadores de los medios tradicionales -como la prensa escrita o la radio-, pero también de Instagram, Tiktok o YouTube, la oportunidad de conocer mejor su cuerpo y ser actores de su salud. A través de estas herramientas se dan a conocer las patologías, sobre todo las de interés epidemiológico y se difunden recomendaciones de cribado y seguimiento. También se eliminan los tabúes relacionados con la sexualidad, la menopausia, el consentimiento, la relación médico-paciente, etc.
Además, estas herramientas deberían servir a los médicos para informar sobre FakeMed, porque las redes transmiten demasiadas afirmaciones y tendencias peligrosas. Los creadores de estos contenidos deben asumir la responsabilidad indicando su formación e intenciones, y los usuarios deben aprender a discernir los discursos de marketing. En particular, es exigible una comunicación más ética y transparente.
La publicidad a través de influencers es legítima, pero conduce a abusos. Muchos podemos recordar ejemplos de participantes de programas de telerrealidad que promueven tal o cual píldora con propiedades no probadas -anticancerígenas, antirreumáticas, para dar energías, quitar las arrugas o la que se ofrezca vender-. La crisis sanitaria de los últimos años ha reforzado estas nuevas tendencias en las fronteras del bienestar, la medicina alternativa y las estafas. Naturópatas, hipnotizadores, osteópatas o dentistas holísticos: las cuentas que elogian la medicina alternativa abundan en TikTok, Instagram o YouTube: “Mi trabajo es reprogramar tu mente para que vivas tu mejor vida”, puede decir la voz de cualquier creador de contenido de TikTok reconvertido a la hipnoterapia y la terapia cuántica cuando en sus redes, alaba los méritos de esta práctica, capaz de todos los milagros… por unos cientos de pesos la hora.
Pero, los influencers también han elogiado el efecto supresor del apetito de Ozempic, un medicamento antidiabético que se ha desviado de su uso inicialmente autorizado para perder peso a través de recomendaciones hechas a través de redes sociales. Y, a propósito, nuestra ley debe servir primero como un recordatorio de que las reglas que rigen la publicidad en salud se aplican a los influencers también.
Por lo tanto, parece saludable que solo los médicos y el personal de salud puedan promocionar productos saludables y la publicidad del alcohol y la nicotina esté casi prohibida. Y también sería saludable que se introduzcan normas que prohíban a los influencers promocionar comercialmente procedimientos y productos cosméticos, la abstención terapéutica, dietas, regímenes alimenticios con nombres esotéricos, pero no probados ni seguros y tratamientos alternativos a los prescritos por los médicos, que pueden tener graves consecuencias físicas y psicológicas, especialmente en los adolescentes.
La ley ya ha reducido las prácticas abusivas. Sin embargo, los discursos de los influencers sobre la belleza física continúan, con un impacto preocupante en una gran audiencia (como si no fuera suficiente la mal cribada sapiencia del Dr. Google). El aumento de las consultas por trastornos graves de la conducta alimentaria, especialmente entre las jóvenes, parece estar correlacionado con el creciente uso de las redes sociales.