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antonio sanchez gonzalez

Judeofobia

Judeofobia

Antonio Sánchez González.

El antisemitismo nazi parece que está en gran medida al borde de la extinción, al menos en Occidente.

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18 de octubre 2024

Urge entender que las diferentes caras de la judeofobia no tienen origen en la misma historia ni en la misma lógica. Desde que la extrema izquierda defiende a Hamas, a menudo se parece a la extrema derecha de los años treinta, solo que su imbecilidad no es la misma y no verla es pasar por alto lo que hoy nos amenaza. En la década de 1930, el antisemitismo de un catolicismo que consideraba al pueblo judío como perpetrador de un “deicidio” entonces podía coligarse con el nazismo. Desde que el Vaticano II torció el cuello de esta vieja y estúpida acusación al especificar que “lo que se cometió durante la Pasión de Cristo no puede ser imputado ni a todos los judíos que vivían en ese momento, ni a los judíos de nuestro tiempo”, las cosas han seguido evolucionando en la dirección correcta.

El antisemitismo nazi parece que está en gran medida al borde de la extinción, al menos en Occidente. El antisemitismo del nacionalsocialismo alemán de los 30 veía en “el judío” (un singular racista en sí mismo) un cosmopolita desarraigado, pero sobre todo el miembro de una raza dañina por incorpórea. De ahí la obsesión que animó, entre otras cosas y a mitad de la Segunda Guerra, la exposición “El judío y Francia”, que buscaba explicar al “pueblo ario” cómo “reconocer al judío”. En aquella tercera década del siglo 20, estas dos caras del antisemitismo se reforzaban mutuamente, pero para entonces se había añadido una tercera: el antisemitismo islamista de los Hermanos Musulmanes, cuyos líderes, deslumbrados por Hitler, se desvivieron por apoyarlo.

Incluso si estas tres viejas formas de antisemitismo pueden ser injertadas en él, el que hemos estado experimentando en estos últimos meses es de una naturaleza diferente. No es sólo, como ha demostrado el trabajo diversas organizaciones de derechos humanos especialmente en Europa Occidental, el hecho de que en tierra europea los actos antisemitas violentos provengan abrumadoramente de los islamistas lo que debería preocuparnos, sino también la constatación de que se añade una cuarta forma de judeofobia, la del wokismo -representada en estos casos por mujeres y hombres jóvenes cuyos rostros lucen piercing y playeras con leyendas tocados con kufiya- y el islamoizquierdismo a los ojos de los cuales el musulmán ha sustituido al proletario en el papel de oprimido. Esta judeofobia se basa en la idea de que el sionismo es el último avatar del colonialismo occidental y racista respaldado por el neoliberalismo estadounidense, el principal sostén de Israel, para que el sionismo acumule todo lo que la extrema izquierda odia.

Amalgamar estas diferentes caras de un mosaico de odio sin distinción es analizar la situación actual. Podemos entender a quienes piensan que el odio a Israel mostrado por los comentarios de Antonio Guterres es despreciable, pero el hecho es que no llenan ninguna de las casillas de las viejas corrientes antisemitas: no son ni fanáticos religiosos ni teóricos de la “raza judía”, por lo que, a menudo, estas multitudes tocadas por el wokismo no entiende por qué se les acusa de antisemitismo.

No nos equivoquemos: Netanyahu ha cometido gravísimos errores, crímenes y delitos, pero aquellos que hacen de Hamas un movimiento de “resistencia” y se niegan a llamarlo “terrorista” me hacen vomitar- Y debemos abrir nuestras páginas: siendo el odio al “Occidente colonizador” lo que es ahora en para el “Sur Global y del Pueblo”, es probable que la mayoría en el planeta piense como nuestros islamo-izquierdistas.

Cuando no odian abiertamente a Israel, se contentan con hablar de dientes para afuera de los abusos cometidos por Hamás mientras atribuyen, como hizo Antonio Guterres, la responsabilidad del conflicto al sionismo, erróneamente asumido porque el discurso funciona bien contra el último avatar de la arrogancia colonial occidental. Como nuestras manifestantes ataviadas con sus tocados palestinos y ombliguera en la onda del wokismo americanizado que se manifiestan contra el estado judío, o como esos ambientalistas que, como Greta Thunberg, son fotografiados con carteles que dicen “¡Apoyen a Gaza!” Prefieren a Hamas y le dan una muleta al Israel de Netanyahu.

El fenómeno es grave, está creciendo en lo que antes se llamaba el “tercer mundo”, incluidos países como el nuestro, así como en la extrema izquierda que ve a los palestinos como los nuevos “condenados de la tierra”. Los occidentales no solo deben dejar de pensar en sí mismos como el centro del mundo, sino que también deben comprender que esto no es “sólo” un resurgimiento de los viejos rostros del antisemitismo, porque esta nueva judeofobia se alimenta sobre todo del odio a Occidente, por lo que no está detrás de nosotros, sino adelante. Sin una sacudida, si Israel no encuentra los caminos de la paz, si no surge un nuevo Rabin y una representación de Gaza diferente a la de Hamás, lo peor, por desgracia, está por venir.

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