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antonio sanchez gonzalez

IA y soberanía sanitaria

IA y soberanía sanitaria

Antonio Sánchez González.

En números crecientes de hospitales, clínicas y consultorios, estas herramientas de IA ya se están utilizando para escribir cartas, resumir archivos o sugerir recetas.

Antonio Sánchez
|
3 de octubre 2025

La inteligencia artificial (IA) ya no es una promesa lejana en el campo de la salud. Según la American Medical Association, dos de cada tres médicos en los Estados Unidos ya están utilizando herramientas de IA en su práctica diaria. Los usos observados en países de Europa Occidental y Canadá muestran una tendencia similar. Cada mes, docenas de estudios muestran que herramientas como ChatGPT pueden ahorrar tiempo médico, reducir errores e incluso mejorar la calidad de la atención sanitaria.

En números crecientes de hospitales, clínicas y consultorios, estas herramientas de IA ya se están utilizando para escribir cartas, resumir archivos o sugerir recetas. Mañana, harán mucho más. Por ejemplo, el sistema de salud francés ya está trazando esta trayectoria: en su informe “Gastos e ingresos 2026” establece el objetivo de que, para 2030, todos los médicos y el personal paramédico que toma decisiones dirigidas a los pacientes utilicen herramientas digitales de última generación, integrando algoritmos de IA, para mejorar la relevancia de la atención.

Frente a esta revolución sanitaria mundial, sería ingenuo creer que México puede seguir siendo un espectador. La realidad es implacable: las soluciones más avanzadas hoy en día provienen de Estados Unidos y China. Al igual que con las redes sociales o la nube, corremos el riesgo de depender totalmente de tecnologías extranjeras. Pero cuando se trata de salud, el problema va más allá de la soberanía digital: es el equilibrio mismo de nuestro sistema de financiación lo que podría estar en juego.

Porque, por ejemplo, si los médicos confiamos masivamente en la IA estadounidense o china en el futuro para guiar nuestros procesos diagnósticos, elegir un tratamiento o decidir sobre una vía de atención, esta herramienta tendrá un impacto directo en nuestro gasto colectivo. Pasaríamos de un sistema en el que el equilibrio financiero se basa en la formación y las elecciones de miles de profesionales a un sistema en el que la tecnología podría dirigir masivamente las recetas, los procedimientos diagnósticos, incluso la frecuencia de las evaluaciones médicas y, por lo tanto, los gastos. Este efecto podría, dependiendo de cómo se diseñe la IA, mejorar la relevancia de la atención y contener ciertos gastos… o, por el contrario, aumentar brutalmente la factura del gasto nacional en salud.

No hay nada hipotético en este riesgo. Ya sabemos que los parámetros de un algoritmo pueden, sin una razón médico-económica válida, dirigirse hacia exámenes más costosos. Mañana, nada impedirá que un laboratorio farmacéutico financie un modelo para promover sus propias moléculas. No es absurdo imaginar a un presidente estadounidense pidiendo que su IA recomiende en primer término medicamentos fabricados en Estados Unidos.

Tropicalizado a México, esto representaría miles de millones de pesos adicionales para el sistema de salud y, por lo tanto, en última instancia, para los pacientes y contribuyentes. Sin ir tan lejos como estos escenarios extremos, hay que recordar que las recomendaciones médicas varían de un país a otro. Por supuesto, las IA pueden adaptarse a un contexto nacional, pero esta adaptación sigue siendo imperfecta y rara vez controlada.

El auge de estas tecnologías subyace en una zona gris ya muy real. Hoy en día, muchos médicos usan ChatGPT, una herramienta de IA general, como ayuda para la toma de decisiones. Sin embargo, estas herramientas no están cubiertas por la normativa sanitaria que regula los dispositivos médicos de ningún país, ya que sus editores afirman que no están destinadas a este uso y hay ahí una paradoja: cuanto más poderosa es una IA, cuanto más se utiliza, más escapa a las obligaciones específicas de su sector. Sin aclaración, la coherencia del ecosistema digital y la sostenibilidad de cualquier sistema sanitario podrían verse amenazadas.

No se trata no se trata de frenar la innovación porque, además, eso es imposible. La IA aplicada a la atención médica puede generar ganancias significativas de eficiencia, mejorar la relevancia de las recetas y mejorar la seguridad de la atención. Pero para que estas promesas se cumplan, deben evaluarse e integrarse en un marco claro.

Así que tenemos que tomar una decisión. Si permanecemos pasivos, importaremos soluciones diseñadas en otros lugares, como hemos hecho a lo largo de la mayoría de nuestra historia con casi todo, con sus sesgos y lógicas económicas. Si actuamos, podemos construir una IA soberana en el ámbito de la salud, adaptada a nuestros valores y a nuestro modelo.

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