Antonio Sánchez González.
Es “un tema importante” que en ocasiones ha servido para que, incluso, algunos sistemas sanitarios nacionales hayan destinado cantidades ingentes de dinero para abordarlo.
¿Quién podría estar en contra? En el transcurso de los meses de la epidemia de COVID19 y en los posteriores, la “salud mental” se ha convertido en un tema en la agenda política de todos los ministerios de cualquier gobierno y de las páginas de la prensa cotidiana. Es “un tema importante” que en ocasiones ha servido para que, incluso, algunos sistemas sanitarios nacionales hayan destinado cantidades ingentes de dinero para abordarlo o ha sido declarado “gran causa nacional” como lo será en Francia en 2025.
Sin embargo, detrás de esta comunicación política, se escucha una reserva en los círculos médicos, particularmente en los psiquiátricos: ¿no es poner el foco en la salud mental un riesgo de relegar a la psiquiatría, a sus instituciones, a sus pacientes a la sombra?
Esta batalla semántica es antigua, pero no es trivial. La noción de salud mental surgió en la década de los 60 del siglo pasado, cuando hasta entonces solamente se había hablado de psiquiatría, manicomios o “higiene mental”. Son los propios psiquiatras los que introducen este nuevo término, de forma emancipatoria, pretendiendo devolver al paciente “a la comunidad”. En la década de 1980, los médicos volvieron a proponer la sustitución de los hospitales psiquiátricos por instituciones públicas de salud mental, lo que ocurriría en los diez años siguientes.
Poco a poco, la salud mental fue mucho más allá del campo de la medicina, y reunió un número cada vez mayor de dimensiones: en la década de 2000 y sin saber que con ello se enturbiarían las aguas, abriendo considerablemente el campo, la Organización Mundial de la Salud la definió como un componente esencial de la salud, como un “estado de bienestar que permite a todos realizar su potencial, hacer frente a las dificultades normales de la vida, para trabajar con éxito y productividad”.
Hoy, la expresión “mala” salud mental, o “trastornos” de salud mental, puede referirse a personas que sufren de ansiedad o insomnio, así como a pacientes esquizofrénicos o bipolares, escolares inquietos, jóvenes con pensamientos suicidas y empleados, pilotos de aerolínea o médicos agotados. La avalancha de cifras presentadas en el debate público refleja esta misma vaguedad y según quien lo diga, estamos hablando de 1 de cada 3 personas afectadas, 1 de cada 4, 1 de cada 5… Durante la vida, en el último año, ocasionalmente o a largo plazo: todas las estimaciones parecen posibles.
¿Es esto un problema? Si bien esto permite centrarse en el sufrimiento del ánimo de una persona, que sin duda ha ido en aumento en México como en otros lugares, y en su necesario tratamiento, también forma parte de una “eufemización” de la enfermedad mental, temen los psiquiatras. En La Salud mental. Hacia una felicidad bajo control, Mathieu Bellahsen (2014), es de los que adoptan esta mirada tan crítica. “Al hablar de salud mental todo el tiempo, el proceso es siempre el mismo: cuidamos cada vez menos a los pacientes más enfermos, a los más graves, mientras -pretendemos que- nos aseguramos de cuidarlos”, dice. Es una herramienta de invisibilización, que sienta las bases para la negación de la locura y la enfermedad psiquiátrica. Según él, esto está muy lejos de la desestigmatización que debería permitir la expresión más acabada de la pretensión original.
Salud mental y psiquiatría no son sinónimos, tener una buena o mala salud mental no tiene nada que ver con ser portador de una patología psiquiátrica. Pero este término paraguas es, en mi opinión y en la de otros médicos, más inclusivo. Y, en términos de acción pública contar con una política de salud mental permite incluir la prevención, la atención y la inclusión social. Y así, por supuesto, a la psiquiatría. Pero, sobre el terreno, no podemos alegrarnos del todo porque parece que estamos empezando a acostumbrarnos a la semántica de los políticos en un campo abrumado por la demanda. Con el pretexto de quitar estigmas y de la inclusión, parece que se vale darle todas las vueltas que queramos a la salud mental, sin que pase por psiquiatría.
Como está visto, todavía estamos en el proceso de inventar esquemas y hacer anuncios: la evolución del sector médico, de la psiquiatría y el acceso a la atención al paciente dirán, en los próximos años, el verdadero valor de estos anuncios.