Una anécdota: don Porfirio Díaz y Villanueva

En el Segundo Foro para la Historia de Villanueva, realizado en 1993, el maestro Humberto Antonio Maldonado Macías (q.e.p.d.), presentó la ponencia titulada La industria en Villanueva, del primer censo local a nuestros días (1831-1993), como una contribución más para el rescate del pasado histórico de nuestro municipio. En ella hace referencia a una anécdota … Leer más

En el Segundo Foro para la Historia de Villanueva, realizado en 1993, el maestro Humberto Antonio Maldonado Macías (q.e.p.d.), presentó la ponencia titulada La industria en Villanueva, del primer censo local a nuestros días (1831-1993), como una contribución más para el rescate del pasado histórico de nuestro municipio. En ella hace referencia a una anécdota que considero digna de dar a conocer, por tanto, la transcribiré a continuación.

La industria en Villanueva, el primer censo local  a nuestros días (1831-1993)

 “La herrería es otra de las florecientes industrias que rindieron excelentes frutos en el municipio de Villanueva. A partir del porfiriato, destacaron en este ramo los miembros de la familia de don Porfirio Torres, con sus hijos Fernando, Domingo y José Miguel, dueños de una fragua. El negocio se hallaba localizado en la calle Hidalgo, cerca de la esquina del Rebote, entre los años de 1900-1930.

La familia Torres fabricaba herraduras, frenos y chapas para puertas, con llaves especiales que resultaban inviolables: ‘Forjas de herrería, en primer lugar la de Porfirio Torres, este señor, compañero inseparable de don Máximo González en sus aventuras de cacería; en su fragua, con sus hijos Fernando, Domingo y José Miguel, con un trabajo sumamente duro que con marros de 10 libras, al calzar una reja de arado debía de hacerlo en segundos, esto consistiría primero, con fierro dulce la matriz forjaba haciéndole en una pieza la abrazadera con que se fijaría al arado, luego la punta tenía que ser de acero, pues en el trabajo de la misma ya fuera tirada por yunta de mulas o de bueyes al topar con roca o alguna piedra grande, no se doblara o safara al hacer la calza de fierro con acero, una maravilla. Mi imaginación volaba no sé hasta qué dimensiones. Él, con grandes tenazas, sujetando la reja con la mano izquierda. Con la derecha una varilla aflojando el aire que la ceniza del carbón dejara, que el fuego pusiera a punto la unión de los dos metales. De vez en cuando sacaba la pieza, la rociaba con arena fina, con algo de ácido que él llamaba altinacar, y como les he dicho antes, ya en su punto, rápido al yunque, que respondía al golpe de los marros con una sonoridad de tin, tón, tán, que fácil se oía a un kilómetro de distancia. Luego, a cada golpe la lluvia de estrellas que al unirse los dos metales provocara cada estrella de fuego, ellos se protegían con grandes pecheras de cuero. Yo corría y de media calle, nunca me cansé de mirar esto; de este taller con complicadas combinaciones de muelles y pasadores. Sus chapas sólo las abrían sus llaves que artísticamente sólo ellos y en su forja hacían.’

Dentro de esta misma especialidad, también destacaron con sus fraguas tanto don Fernando Miranda y su hijo homónimo, como Juan Márquez, un herrero que se hizo famoso, ya que incluso en una ocasión fue contratado para fabricarle un freno al presidente Porfirio Díaz.

‘Don Fernando Miranda, con su hijo del mismo nombre, en su fragua sólo salían las más hermosas espuelas que a pedido del más exigente charro y ganadero, ya fuera coleadora o de brega, hasta incrustada de plata, la rodaja con el caminar del caballo, máximo si era trote, producía un sonido tan agradable que los jinetes andaluces con sus cascabeles envidiarían. Había igualmente como otros 10 talleres, cada uno de ellos con su especialidad, ya fuera en frenos para caballería que en su tiempo fueron los mejores del mundo. Cuentan que un maestro llamado Juan Márquez que, a pedido del general don Porfirio Díaz, entonces presidente de la República, sabiendo la calidad de estos frenos, le mandó hacer uno. El maestro al saber para quién era, se pulió, se lo hizo desarmado, al recibirlo (el presidente) ordenó: ¡que de inmediato lo prueben los comisionados! Al desempacarlo, sólo ven algunas piezas, sí, simétricamente hermosas que con un pavón azul, no tiene igual, fue un verdadero rompecabezas, todo tenía menos algo que pareciera un freno. Se lo comunicaron al general y él ordena que personas conocedoras intervengan. En toda la Ciudad de México no hubo nadie que lo hiciera. El mandó: ‘que venga el maestro desde Villanueva y personalmente me entregue el freno que le mandé hacer y sobre todo que no fuera una burla’. Así se hizo, fueron por él y al encontrarlo, era para ellos una decepción: una pequeña forja apagada, la pila de cantera para temple casi seca, en un rincón un montón de fierros oxidados, en otro de carbón de manzanilla, en centro un yunque y un desvencijado torniquete y para colmo, un sujeto tirado completamente borracho. Ante este cuadro, preguntan a una señora que aunque vestía humildemente irradiaba dignidad: ―¿Este es el maestro?, Sí ―dijo ella― y mañana estará a sus órdenes. Así fue y al llegar a México, en menos de un minuto le entregó al presidente el freno que él pedía. Tanta era su habilidad´”.

Con la publicación de esta anécdota rindo homenaje póstumo al gran amigo Humberto Antonio Maldonado Macías, villanovense de corazón que dedicó parte de su vida a buscar y estudiar fuentes para la historia de Villanueva, una ciudad que el próximo 4 de febrero de 2020 cumple 328 años de vida. Mi eterna gratitud a Humberto Antonio y a su generosa familia… y al pueblo de Villanueva, mi felicitación.

 

*Cronista de Zacatecas.

 




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