
En medio de nuestro entorno, privilegiemos la esperanza para superar nuestras iniciales expectativas.
Rasgo distintivo de nosotros los humanos es la esperanza. Gracias a ella, a la fuerza que hay en ella, cada día es un nuevo día: uno que puede ser diferente. En la dimensión individual, eleva. En la comunitaria, enriquece.
Gracias a la esperanza, los problemas pueden convertírsenos en desafíos. Si queremos, claro.
Gracias a la esperanza, nos es más fácil encontrar nobleza en los otros. O al menos comprender que la concupiscencia que vemos en los otros tiene la misma fibra invisible que la que en nosotros puede ocultarse.
En medio de nuestro entorno, privilegiemos la esperanza para superar nuestras iniciales expectativas.
En muchos de nosotros, la esperanza está hecha de razones para la misma esperanza. Sí puede haber final feliz, o al menos estable, tranquilo. Sí podemos honrar la frágil pasta con que se nos hizo. Incluso enaltecerla.
En muchos de nosotros, la esperanza puede hacer que nos hagamos mejores. O que todo quede, al menos, en un digno intento.
Tan importante es la esperanza que quien por defecto desconoce el concepto de la imposibilidad puede hacer posible mucho.
La esperanza nos otorga alas, nos presta el fuego, nos erige con pies de cantera por encima del viscoso caos.
La esperanza hace que olvidemos que somos pecado. O, más bien, que entendamos que la palabra “pecado” no es exclusiva de la religión, y en el ámbito general significa tropiezo. Y que, con todo, un tropiezo no logra destrozar nuestro pie.
En medio de nuestro entorno, la esperanza logra incluso que la artera política pueda terminar como ejercicio decoroso, constructivo… que realmente dé riqueza material o moral a otras personas.
En medio de nuestro entorno, seamos presa de la esperanza, dejemos que se nos contagie. En el fragor cotidiano de la supervivencia, en el temor diario del estallamiento de una nueva guerra, una nueva devaluación, una nueva crisis, un nuevo rompimiento de nuestras relaciones más preciadas, mantengamos la alta mira.
En medio de nuestro entorno, seamos posesos de la esperanza. No con fanatismo ni fingimiento, sino con plena convicción.
Hay dinero y hay poder. ¿Y de qué sirven si no logran llenarnos, si a pesar de su desbordamiento sentimos que algo falta; que tanto poder y tanta pecunia sólo emborrachan y hartan?
En medio de nuestro entorno, claro que es más valiosa la esperanza, porque nos permite elevarnos por encima de nuestra mísera y envanecida altura, y nos permite colocar nuestro trabajo en un límite más amplio: no sólo el de nuestra casa, el de nuestro particular dominio.