

El problema principal para los jóvenes tampoco es la inseguridad, a diferencia de la narrativa de la marcha.
Las marchas del pasado sábado en la CDMX y otras ciudades del país se promovieron como un levantamiento de la Generación Z. Se dijo que miles de jóvenes saldrían a las calles para exigir seguridad, protestar por el asesinato del presidente municipal de Uruapan, Carlos Manzo, y marcar distancia del gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum. Pero al revisar los datos serios, no los videos virales ni la propaganda digital, la historia se desmorona: esa no fue una marcha juvenil ni un estallido generacional. Fue otra cosa.
De acuerdo con la encuesta Latinobarómetro 2024, los mexicanos de 15 a 25 años son el grupo menos comprometido con la democracia. Solo 40.6% prefiere la democracia sobre cualquier otra forma de gobierno. Los adultos alcanzan cifras cercanas al 50% y los mayores de 61 años llegan a 59.3%. La supuesta defensa juvenil de la democracia no existe en los datos. La Z no está movilizada para defenderla; está profundamente decepcionada.
En la percepción del poder ocurre lo mismo. El discurso de la marcha insinuó un país dominado por élites económicas y poderes fácticos. Los datos lo contradicen. Entre los jóvenes, 34.4% cree que quien más poder tiene es el Gobierno, muy por encima de las grandes empresas (17.8%) o los partidos políticos (11.6%). La lectura de un país gobernado por corporaciones y de jóvenes rebelándose contra ello no tiene sustento alguno.
El problema principal para los jóvenes tampoco es la inseguridad, a diferencia de la narrativa de la marcha. Solo 20% de los menores de 28 años menciona la inseguridad como su mayor preocupación. En cambio, 24% señala la inflación y los precios y 15% el empleo y los salarios bajos. Es una generación que vive con miedo —más del 60% dice sentirse desprotegida—, pero cuyo malestar central es económico. Su ansiedad es real, pero no es el motor político que algunos quisieron presentar.
A pesar de eso, la marcha se utilizó para construir la idea de un despertar juvenil. Sin embargo, las crónicas independientes lo dejaron claro: la mayoría de los asistentes no eran jóvenes. El País, nada cercano al oficialismo, lo confirmó. Lo que prevaleció fueron adultos inconformes y estructuras opositoras tradicionales, no adolescentes ni veinteañeros exigiendo un futuro.
Y detrás de esa narrativa hubo una operación digital deliberada: 179 cuentas de TikTok recién creadas, páginas recicladas en redes, contenido generado con IA, redes conservadoras regionales y un gasto estimado en cerca de 90 millones de pesos, de acuerdo con InfodemiaMx, la organización del Sistema Público de Radiodifusión creada para combatir la difusión de noticias falsas.
El enojo por el asesinato de Manzo y el hartazgo ante la violencia son legítimos. Pero no representan a la generación Z. La verdadera juventud mexicana está en otra parte: alejada de la política, atrapada entre salarios insuficientes y un sistema que no le ofrece futuro. No está marchando. No encabeza ninguna revuelta. Y cuando un grupo intenta hablar en su nombre, los datos simplemente no acompañan.
En pocas palabras, las marchas del 15 de noviembre no mostraron a una generación movilizada. Mostraron, más bien, el intento de varios actores políticos y económicos por apropiarse de ella.
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