El debate de los libros

Jaime Santoyo Castro.
Jaime Santoyo Castro.

Ahora que se establecen cambios, no puedo referirme a los contenidos porque no los conozco, pero bien haríamos en no caer en descalificaciones a priori ni poltizar el tema.

Estamos siendo testigos de una disputa que se deriva de la edición y próxima distribución de los nuevos libros de texto en el territorio nacional. Por un lado el Presidente López Obrador defiende el contenido de los libros, en tanto que los críticos aseveran que no se convocó a especialistas calificados, que presenta una serie de inconsistencias, errores, desviaciones, falsedades y un alto contenido ideologizante orientado a poner en alto al actual partido gobernante, e incluso se habla de la propuesta de quemar los libros.

En 1959, el Presidente López Mateos nombró a la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuito, que se encargaría de redactarlos, para que después fueran impresos por los Talleres Gráficos de la Nación y distribuidos por los diversos niveles de Gobierno. Antes de ello, los libros que se utilizaban en las escuelas eran ediciones de empresas privadas, principalmente españolas, y tenían un alto costo, por lo que muchos no podían acceder a ellos, o recurrían a comprarlos usados.

Evidentemente esta medida del gobierno mexicano significaba un grave perjuicio para las editoras de ese entonces, y la iniciativa, que coincidió con el triunfo de la revolución cubana, mereció múltiples y tendenciosas críticas entre las cuales se decía que era “comunista”, y se invitaba a los padres de familia a no dejar que sus hijos los leyeran, porque los iban a ideologizar; se trataba, se decía, de algo demoníaco. En alguna mañana del año 1962, si no mal recuerdo, la ciudad de Zacatecas, y muchas ciudades de la República amanecieron con múltiples pintas con la leyenda: “No a los libros de texto”, pero la intención de brindar educación a los jóvenes de escasos recursos pudo más y los libros de texto gratuito se consolidaron como uno de los logros más importantes del pueblo de México.

Ahora que se establecen cambios, no puedo referirme a los contenidos porque no los conozco, pero bien haríamos en no caer en descalificaciones a priori ni poltizar el tema, porque, subrayo, los libros de texto gratuito se han ganado un lugar en cada rincón de los hogares de las familias mexicanas, de manera tal que su existencia no debe ponerse en riesgo.

Lo que hay que hacer es analizar y después de ello opinar, discutir, dialogar, debatir criticar y quizá hasta oponerse al contenido si se acredita que es lesivo al futuro de la niñez, pero no podemos aceptar caer en el extremo de convocar a destruir o enviar a la hoguera los citados libros, pues no olvidemos que la quema de libros en la historia ha sido utilizada como un medio para ejercer control sobre el pensamiento y para eliminar ideas consideradas peligrosas o subversivas por aquellos en el poder, como sucedió durante la Inquisición o la quema de libros realizada por los nazis durante el régimen de Adolf Hitler. Estos actos atroces demostraron cómo la intolerancia puede llevar a la destrucción de la cultura y la diversidad.

Nadie puede ostentarse como titular del monopolio de la verdad o de la exactitud de los acontecimientos pasados, ni mucho menos apropiarse de la historia para acomodarla de acuerdo a sus intereses, porque la historia siempre guarda un lugar para el que la tuerce, y no hay poder suficiente para cortar las ideas, censurarlas o eliminarlas atendiendo a intereses diferentes a la educación. Vale entonces dialogar razonablemente y apegarse lo más posible a la verdad y al objetivo de preparar a los jóvenes para un digno futuro.




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