
Recientes investigaciones han logrado detectar microplásticos en la sangre humana, en los pulmones e incluso en la placenta.
Uno de los grandes inventos del siglo XX fue el plástico, útil, ligero y barato. Pero hoy nos alcanza su cara oculta. Las diminutas partículas de microplásticos que se originan por el desgaste de ropa sintética, bolsas o botellas están en todas partes: los alimentos, el aire, el agua,… y en nuestros cuerpos.
Recientes investigaciones han logrado detectar microplásticos en la sangre humana, en los pulmones e incluso en la placenta. A pesar de que la ciencia aún tiene pendientes sus efectos, ya se tienen sospechas fundamentadas de que pueden causar inflamación y afectar procesos hormonales. Los microplásticos no es un problema ajeno ni futuro, es una contaminación actual y cotidiana.
Miles de fibras plásticas se liberan en el drenaje de cada lavadora. Cada bolsa desechable o botella se fragmente durante siglos. Las partículas llegan a ser ingeridas por peces y regresan a nuestra mesa en las comidas. La cadena de consumo se cierra sobre sí misma.
Se puede definir a los microplásticos como partículas de plástico con variación de tamaños, desde un micrómetro de diámetro que equivale a una centésima parte del grueso de un cabello humano, hasta cinco milímetros. Estas partículas diminutas pueden originarse de dos maneras: Su fabricación es para usos específicos, tales como las microperlas que se encuentran en productos de belleza o en pastas dentales; o de otra manera, se generan a partir de la fragmentación de plásticos más grandes como botellas o neumáticos.
Se han producido cerca de 10,000 millones de toneladas métricas de residuos de plástico desde 1950 cuando inició la producción industrial del plástico; de esta cantidad de residuos, menos del 10% se ha reciclado de acuerdo con datos del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA). Este alarmante panorama ha convertido a nuestro planeta en un basurero de desechos plásticos que van desde bolsas y botellas hasta microplásticos. Estas microscópicas partículas de plástico se han localizado en los lugares más inesperados: desde las fosas oceánicas más profundas hasta la cima del Everest e incluso en el aliento de los delfines.
De acuerdo con el PNUMA, el residuo plástico, tanto el de gran tamaño como los microplásticos, se acumula de manera permanente en el medio marino, ocasionando una seria amenaza para los ecosistemas. También los microplásticos llegan a las tierras de cultivo por medio del lodo de depuradoras que se emplea como fertilizante. Además, por su reducido tamaño, pueden ser transportados por el viento, llegando a ser detectadas en alimentos como azúcar, té, miel, verduras y frutas.
Para este grave problema de contaminación, la solución inicia desde lo más sencillo, reducir plásticos de un solo uso y en su lugar elegir materiales duraderos, reciclar y exigir políticas y leyes que detengan su producción. La pregunta es si seguimos ignorando esta grave problemática de contaminación global o iniciamos su combate mediante nuestras propias decisiones.