
La longevidad no solo depende de factores biológicos. Los países con mayor esperanza de vida como España, Islandia o Japón; lo han logrado no únicamente por la medicina.
Han transcurrido siglos de evolución de la humanidad y un sueño se presenta cada vez con mayor frecuencia en el imaginario colectivo: alargar la vida. Hoy día, la investigación científica se encuentra cada vez más cerca que nunca de hacer realidad este sueño. La inteligencia artificial aplicada a la salud, la medicina preventiva y la biotecnología aseguran que las futuras generaciones podrían superar los 100 años de vida con relativa facilidad. Sin embargo, detrás de esta promesa se origina una pregunta más profunda: ¿De qué sirve vivir más si no aprendemos a vivir mejor?
La longevidad no solo depende de factores biológicos. Los países con mayor esperanza de vida como España, Islandia o Japón; lo han logrado no únicamente por la medicina, ha ocurrido por factores sociales como las promociones de la alimentación equilibrada y la actividad física, lazos familiares fuertes y una gran visión positiva del envejecimiento. La ciencia nos puede proporcionar elementos para prolongar la existencia, pero la calidad de vida depende de emociones, hábitos y sentido de propósito.
Nunca en la historia de la humanidad se había contado con tantos avances médicos; paradójicamente junto con esto se conlleva una gran contradicción; el aumento de la ansiedad, el aislamiento social, y la depresión en las personas mayores e incluso ya se encuentra presente esta sintomatología en menores de edad. Vivir más tiempo no es garantía de bienestar. De hecho, los médicos gerontólogos advierten que la frontera real y verdadera no se encuentra en extender la vida, sino en extender la vitalidad.
Las investigaciones científicas son fascinantes. Equipos de médicos investigadores en todo el mundo se encuentran realizando estudios acerca de los llamados “genes de la longevidad”, que tienen la capacidad de reparar el ADN dañado o ralentizar el envejecimiento celular. Se han desarrollado medicamentos como la metformina o los senolíticos cuyo trabajo en el cuerpo humano consiste en eliminar las células viejas que entorpecen el funcionamiento del organismo; incluso hay experimentos con terapias que rejuvenecen tejidos a nivel molecular.
La Organización Mundial de la Salud impulsa un concepto que ha denominado “envejecimiento saludable” que invita a todo ser humano a dejar de contar los años de vida y en su lugar comenzar a contar experiencias significativas. Esto consiste en mantener siempre presente la curiosidad intacta, mente activa y las relaciones humanas vivas. Los indicadores para la salud y el bienestar no lo son únicamente los niveles de glucosa, presión arterial o colesterol; mucho tiene que ver y también cuentan la empatía, la alegría y el desarrollo de proyectos personales.
En última instancia, la nueva longevidad no es un logro de los laboratorios médicos, sino un desafío cultural. Vivir más implica redefinir lo que entendemos por juventud; plenitud y productividad. La verdadera victoria de la ciencia no es concedernos más años de vida, sino enseñarnos a aprovechar los que ya tenemos y los que nos restan por vivir.