

La ciencia y la tecnología buscan alternativas que sean sostenibles, nutritivas y éticas.
La humanidad enfrenta un reto monumental: alimentar a una población que pronto superará los 10 mil millones de personas sin agotar los recursos del planeta. Hoy, la ganadería tradicional consume enormes cantidades de agua, tierra y alimento, y genera casi tanto dióxido de carbono como todos los automóviles del mundo. Si seguimos por este camino los recursos naturales no bastarán.
Mientras una parte del mundo desperdicia toneladas de comida, millones de personas padecen hambre crónica. La producción ganadera ocupa el 80% de las tierras agrícolas y es responsable de una parte importante de los gases de efecto invernadero. Ante esta crisis silenciosa, la ciencia y la tecnología buscan alternativas que sean sostenibles, nutritivas y éticas.
Carne sin vacas
Una de las propuestas más prometedoras es la carne cultivada en laboratorio. En lugar de criar y sacrificar animales, los científicos extraen unas pocas células del músculo de una vaca o un pollo y las hacen crecer en biorreactores, alimentándolas con nutrientes. El resultado: carne real, con el mismo sabor y textura, pero sin sufrimiento animal y con un impacto ambiental mínimo. Aunque su producción aún es costosa, Singapur y Estados Unidos ya han autorizado pruebas para su venta comercial. Se espera que en pocos años el precio descienda y llegue a los supermercados.
Proteína de insectos
Otra opción son los insectos comestibles. Gusanos, grillos y chapulines contienen más proteínas y minerales que la carne de res, requieren poca agua y ocupan menos espacio. En países de Asia y América latina su consumo es habitual, y en México algunas empresas ya los transforman en harinas para elaborar galletas o barras energéticas. El mayor obstáculo, sin embargo, no está en la ciencia, sino en la mente: para muchos, una hamburguesa de grillos todavía parece difícil de aceptar.
Agricultura vertical
También avanza la agricultura vertical, que permite cultivar frutas y verduras en espacios cerrados, apilando bandejas de plantas y controlando la luz, temperatura y nutrientes. Este sistema reduce el uso de agua hasta un 90% y puede instalarse dentro de las ciudades. Así, los jitomates del futuro podrían crecer en un edificio a unas cuantas cuadras de nuestra casa, frescos y sin largos trayectos de transporte.
Un cambio de mentalidad
En los próximos veinte o treinta años, nuestros platos podrían verse muy distintos: carne cultivada, ensaladas de torre y proteínas de insectos o algas. Pero más allá de la tecnología, el verdadero desafío será cambiar nuestra relación con la comida y con el planeta. Porque quizás el futuro de la alimentación no dependa sólo de lo que la ciencia pueda crear, sino de lo que nosotros estemos dispuestos a aceptar y cuidar.