
Juan Carlos Ramos León.
Es difícil para el hombre abrirse paso hacia su realización y trascendencia solo. Necesita de otros. Es parte de la selección natural, al final de cuentas.
El proceso de selección natural es el que permite a todas las especies adaptarse a las múltiples adversidades de su entorno para sobrevivir y continuar con su evolución. Así, si una especie comienza a verse mermada por los depredadores que encuentran en ella un sustento para su subsistencia, comienza a desarrollar elementos de todo tipo para emplearlos como defensa y hasta como fortaleza para tomar una cierta ventaja y sobreponerse. Todo con el único objetivo de asegurar su existencia.
Esto es, quizás, lo que ha impulsado al ser humano -entre otras ambiciones, claro está- a luchar por su grupo, por su raza, su comunidad, en contra de otras que parecen amenazar un determinado interés común, a veces suscitando conflictos de relevante envergadura. Las guerras son sin duda, una consecuencia de ello.
Es difícil para el hombre abrirse paso hacia su realización y trascendencia solo. Necesita de otros. Es parte de la selección natural, al final de cuentas. Y voy a tomarme el atrevimiento de imaginarme que esto es precisamente lo que sucede cuando las personas como usted y como yo entablamos lazos afectivos con otros con quienes compartimos determinadas convicciones y valores para conseguir eso que tanto buscamos.
Dios nos da, de primera instancia, a la familia. Ese primer núcleo que, si se trabaja y fortalece es elemento suficiente. Pero nos regala, también, la posibilidad de extenderla. Por eso hay quienes han llamado a los amigos una “familia extendida”. No hace mucho que yo, en lo personal, adopté el término, y debo de decirle que lo he convertido en una convicción propia. Doy gracias de que he tenido la posibilidad de conocer, en distintos ámbitos de mi vida, a personas de extraordinario valor, con quienes he construido relaciones de sólido arraigo y a quienes me precio de catalogar como “amigos verdaderos” y sin los cuales no imagino la forma de conducirme ante los crudos retos que la vida me ha ofrecido.
Es bien gratificante recibir de pronto una llamada de alguien que te dice “sólo llamé para preguntarte ¿cómo estás?” Y sentirme, a su vez, con la confianza de llamarle a alguien para decirle “necesito platicar contigo”. Debo de reconocer que, también, he estado a sólo una llamada de distancia de ellos para ofrecerles la misma posibilidad de acogerse si necesitan de mi, y muchas veces lo he omitido, por esa característica insensibilidad de la que pecamos muchos al respecto de las necesidades de los otros, pero esa es, de momento, otra historia.
En este momento quiero confesarle que me siento muy afortunado de que no faltan en mi lista de contactos a quienes robarles unos minutos de sus preciados tiempos para abordar algún tema de mayor o menor trascendencia.
“Un amigo es un tesoro”, escuché por ahí alguna vez. Y, para mí, nunca ha tomado tanto sentido como ahora.