
Juan Carlos Ramos León.
En la “puesta en escena” de determinada obra ¿de quién es el mérito? ¿De quien crea el personaje o de quien le da vida?
Varios hemos sido testigos del intercambio de declaraciones que se ha ventilado en redes sociales entre la escritora británica J.K. Rowling, creadora del universo literario-cinematográfico de Harry Potter, y Emma Watson, actriz que interpreta el personaje de Hermione Granger en dicha saga, sobre sus distintos puntos de vista en lo que respecta a personas “trans”, ya que Watson apoya esto y Rowling no. La exitosa escritora esgrimió este argumento, que también alcanza a quien dio vida al personaje principal del “niño mago”, el actor Daniel Radcliffe, sobre pronunciaciones contrarias de ambos actores a las suyas: “han dejado claro en los últimos años que creen que nuestra antigua asociación profesional les otorga un derecho —o incluso la obligación— particular de criticarme a mí y a mis opiniones en público”, denunciando que ambos actores han seguido “asumiendo el papel de portavoces de facto del mundo que creé”.
En las pasadas semanas, muchos seguimos la serie “Sin querer queriendo”, sobre la vida del comediante Roberto Gómez Bolaños, en la que quedó de manifiesto la clara fractura que se dio entre éste y Carlos Villagrán, quien dio vida al personaje de “Quico” en “El Chavo del Ocho”, su éxito televisivo más emblemático.
Al respecto planteo una interrogante: en la “puesta en escena” de determinada obra ¿de quién es el mérito? ¿De quien crea el personaje o de quien le da vida? En el caso de Rowling no existe, por lo menos de forma evidente, reclamo por parte de la creadora ni de los intérpretes, pero sí se asoma ese celo al censurar a éstos por “asumir el papel de portavoces de facto”. En el caso de Gómez Bolaños, fue evidente y hasta escandalosa a grado tal que el conflicto escaló a los tribunales.
En una empresa ¿quién merece los créditos? ¿El dueño del capital o el que con sus manos lo hace redituarle? Desde mi punto de vista, el mérito es compartido, aunque es esa lucha de egos la que hace imposible que una parte le reconozca a la otra lo que le corresponde. El creativo -o el empresario- detona el origen de “algo”, y sin origen no hay nada; el actor -o el obrero- le da forma, le da vida, le imprime su esfuerzo, su arte, su tiempo, una importante parte de su vida… Y sin todo esto, tampoco hay nada. O, pregúntese usted, ¿quién sería J.K. Rowling sin el carisma que Wattson y Radcliffe le imprimieron a sus personajes? ¿Quiénes serían ellos sin Harry Potter y Hermione Granger? ¿Qué fue de Carlos Villagrán sin Quico con El Chavo del Ocho? ¿Qué habría sido del Chavo del Ocho -y, en consecuencia, de Gómez Bolaños- sin Quico?
Si el mérito es compartido nadie es dueño de nada. Somos administradores, nada más. Pero también merecemos nuestra recompensa por lo construido, por el producto obtenido, por el tiempo que ahí dejamos y que no regresará.