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Gerardo Luna Tumoine

“Te lo cuento, pero no le digas a nadie…”

“Te lo cuento, pero no le digas a nadie…”

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Cuántas veces hemos escuchado esta expresión coloquial que suena a confianza, pero que en el fondo es una advertencia.

Gerardo Luna Tumoine
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11 de noviembre 2025

A todos nos ha pasado: alguien baja la voz y dice “te lo cuento, pero no le digas a nadie…”. Este texto no busca señalar a nadie, sino aprender juntos a cuidar la palabra, porque la confianza se construye con silencios.

Cuántas veces hemos escuchado esta expresión coloquial que suena a confianza, pero que en el fondo es una advertencia. Una invitación disfrazada de complicidad y, al mismo tiempo, un aviso de desconfianza. Porque quien revela un secreto que no le pertenece, ya nos está mostrando que tampoco sabrá guardar el nuestro.

La frase parece inocente, casi amistosa. Tiene el tono del café compartido, del pasillo de oficina, del mensaje en voz baja. Pero detrás de ella se esconde un mecanismo humano tan antiguo como la palabra: la tentación de sentirse importante por tener algo que los demás no saben. En el fondo, el chisme no se alimenta solo del contenido, sino del poder que otorga el decirlo.

Cuando alguien dice ”te lo cuento, pero no le vayas a decir a nadie”, busca dos cosas: ser escuchado y poner a prueba nuestra lealtad. A veces ni siquiera mide la trascendencia de lo que comparte, pero puede perder una amistad, una oportunidad o la confianza de alguien que lo apreciaba. Y si lo pensamos bien, quien rompe un secreto ajeno nos está confesando —sin saberlo— su propia incapacidad de ser coherente y auténtico, y además fiel.

El rumor, una vez lanzado, cobra vida propia. Se distorsiona, se adorna, se acelera. Lo que comenzó como una “confidencia” se convierte en una cadena de versiones que destruyen reputaciones, amistades e incluso familias. Muchos lo repiten con ingenuidad, pensando que “no hace daño”, pero el daño ya está hecho desde el momento en que se traiciona la confianza.

Hoy, en tiempos donde la información corre más rápido que la reflexión, cuidar lo que decimos es un acto de ética. Callar puede ser una forma de respeto; no repetir, una muestra de inteligencia emocional. La verdadera confianza no necesita del “no le digas a nadie”, porque se construye en el silencio de la lealtad y en el valor de la discreción.

Porque si tú lo has dicho, o te lo han dicho, recuerda: “si no quieres que se sepa algo, no lo hagas o no lo digas”. La palabra, como la vida, tiene un peso que no se debe traicionar. Y quien aprende a guardar silencio, también aprende a cuidar el sigilo de los demás.

En lugar de criticar o culpar, procuremos proponer caminos. Si amamos la verdad, la justicia, la paz y la libertad, un mundo más compasivo es posible: el potencial está ahí. Y cuando alguien te confía algo, deposita en ti la certeza de una amistad que no se traiciona.

El apóstol Santiago lo resume con una claridad luminosa y providamente impecable:

Así como el freno domina al caballo y el timón orienta al barco, la lengua dirige el cuerpo entero. Pequeña como es, presume de grandes cosas; y basta una chispa para incendiar un bosque entero.” (Stg. 3:2–6)

La lengua, dice el apóstol, puede ser fuego o puede ser luz. Y la vida nos enseña que quien domina su palabra, también domina su destino. La lengua revela la mente; quien domina una, gobierna la otra.

“La confianza no se exige ni se impone: se cultiva con silencio, se fortalece con verdad y se renueva cuando tenemos el valor de reparar lo dicho.”

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