
Gerardo-Luna-Tumoine-2024-Opinion
Conocer a alguien es aprender a mirar más allá de la superficie. Es captar la fuerza de su carácter, la profundidad de su conciencia y la manera en que enfrenta la vida.
Dicen que para conocer a una persona, basta que te enseñe los dientes. Y no me refiero solo a la sonrisa, sino a todo lo que esa expresión revela: su forma de ver la vida, su manera de pensar, su preparación, su cautela o su imprudencia. En un instante, se despliega ante nosotros un mapa silencioso de su carácter y de su conciencia.
Esta expresión popular —“enseñar los dientes”— se transforma en una metáfora de la conciencia, la forma de vivir y la autenticidad de cada persona. Hay gestos que iluminan y otros que advierten. Cuando alguien sonríe, nos transmite confianza, paz y disposición a encontrarse; nos permite acercarnos sin miedo, como si nos dijera: “Aquí estoy, tal como soy”. Pero incluso cuando los dientes se muestran en tensión, en una mueca contenida o en un gesto cauteloso, también nos hablan: revelan prudencia, experiencia, límites y enseñanzas que las palabras no alcanzan a expresar.
Conocer a alguien es aprender a mirar más allá de la superficie. Es captar la fuerza de su carácter, la profundidad de su conciencia y la manera en que enfrenta la vida. Es entender que cada gesto, cada sonrisa, cada mirada, es un reflejo de su mundo interior.
La verdadera sabiduría consiste en observar con atención y ternura. No para juzgar, sino para comprender. Y mientras aprendemos a leer a los demás, recordemos que nuestra propia autenticidad también se refleja en cada gesto que ofrecemos: en la sonrisa que nace del corazón, en la franqueza de nuestros actos y en la manera en que elegimos vivir.
Quizá por eso, las sonrisas más sinceras no siempre son las más amplias, sino las más serenas. Son las que nacen del alma que ha sufrido, que ha comprendido, que ya no necesita fingir. Detrás de una sonrisa genuina suele haber un largo camino de silencios, de caídas y de aprendizajes que se transforman en bondad.
Aprender a mirar así —con serenidad, sin juicio y con respeto— es un arte que se conquista con el tiempo. Requiere haber vivido, haber crecido y haberse esforzado para madurar. Solo quien ha practicado la sindéresis, ese fino discernimiento entre lo que es y lo que debe ser, puede ver en el otro no solo su gesto, sino su esencia.
Porque al final, no son solo los dientes los que hablan: es la conciencia, el espíritu y la humanidad que cada persona decide mostrar al mundo. Y para tener la capacidad de conocer verdaderamente a alguien, primero debemos conocernos a nosotros mismos.
Esa reflexión —“para conocer a una persona, basta que te enseñe los dientes”— tiene una profundidad sorprendente: une lo simbólico con lo cotidiano, lo fisiológico con lo emocional.
Te invito a practicar este sencillo ejercicio: la próxima vez que dialogues con alguien, procura mirar más allá de las palabras y los gestos. Intenta descubrir qué hay dentro de esa persona —sus emociones, su historia, su esencia—, porque solo así podremos convivir mejor y comprender verdaderamente a los demás.
A veces, basta una sonrisa sincera para reconocer un ser humano bueno, y tener la compasión necesaria, aunque no estemos de acuerdo.