Gerardo-Luna-Tumoine-2024-Opinion
El pasado tiene lecciones valiosas para ofrecer, tanto a nivel personal como colectivo.
Esta reflexión invita a una profunda meditación sobre nuestra relación con el mundo, el tiempo y nuestras capacidades para transformarlos. Se trata de la pasividad que a veces se nos impone o que elegimos por inercia ante las circunstancias de la vida. Padecer la realidad significa aceptarla tal cual es, con sus injusticias y dificultades, sin intentar transformarla. El título de esta colaboración nos invita a cuestionar esa postura, recordándonos que, aunque la realidad pueda ser dura, siempre tenemos la capacidad de intervenir y modificarla.
Olvidar el pasado en vez de escucharlo y temer el futuro en vez de imaginarlo. El pasado tiene lecciones valiosas para ofrecer, tanto a nivel personal como colectivo. Escuchar el pasado implica aprender de las experiencias anteriores, de los errores y los éxitos, para no repetir los mismos patrones destructivos. Olvidarlo es negarse a entender el porqué de las situaciones actuales.
El futuro puede paralizarnos, evitando que construyamos o soñemos con nuevas posibilidades. Imaginar el futuro nos da una sensación de agencia, de poder crear un mundo diferente al actual. Si solo tememos el futuro, no tomamos el control de nuestra capacidad creativa y nos volvemos meros espectadores.
En conjunto, esta frase es una crítica a las actitudes pasivas que nos hacen rehenes de las circunstancias, y un llamado a ser agentes activos de cambio, aprendiendo del pasado y proyectando un futuro diferente. Tenemos que evolucionar, innovar, transcender, recordemos que somos impermanentes y que tenemos un propósito; Para qué sirve la vida, si no es para darla, sigamos reflexionando sobre nuestra propia responsabilidad en la construcción de la realidad y a elegir conscientemente entre padecerla o transformarla.
Si nos limitamos a padecer la realidad, nos resignamos a lo que nos rodea, sin usar nuestra vida para producir cambios significativos. Dar la vida, en este contexto, significa dedicar nuestra energía, tiempo y esfuerzos a transformar esa realidad en algo mejor. Es un llamado a la acción, a la entrega activa. En lugar de quedarnos quietos ante las dificultades, la vida encuentra su sentido en el acto de intervenir y luchar por lo que consideramos justo, aunque eso implique sacrificio.
Dar la vida no solo implica entregarse en el presente, sino también estar dispuestos a aprender de lo que ya ha pasado. Escuchar el pasado requiere esfuerzo, atención y compromiso, una forma de entrega que nos permite no solo entender las lecciones de la historia, sino también honrar a quienes dieron sus vidas para que nosotros podamos aprender. De esta forma, vivir para dar la vida también puede interpretarse como un acto de memoria activa, donde el pasado es valorado como un recurso para guiar nuestras acciones presentes.
En este sentido, la vida sirve para entregarla a un proyecto más grande que uno mismo, confiando en que el futuro puede ser transformado por nuestras acciones presentes. Al relacionar ambas frases, emerge una visión de la vida como un proceso activo y generoso. No estamos aquí para simplemente existir, sino para dar, ya sea en forma de acción, aprendizaje o imaginación.