

Gerardo-Luna-Tumoine-2024-Opinion
El año no se resume en lo que logramos o perdimos, sino en lo que aprendimos a cargar, a soltar y a acompañar. Resumir no es simplificar: es quedarse con lo esencial.
Llegamos al final del año más viejos, más sabios… y, sobre todo, más conscientes de nuestras dudas.
No es poca cosa.
Este no es un balance con maquillaje ni una lista de éxitos y fracasos. El año no se resume en lo que logramos o perdimos, sino en lo que aprendimos a cargar, a soltar y a acompañar. Resumir no es simplificar: es quedarse con lo esencial.
Hay balances que no se hacen con números, sino con cicatrices. El cierre de año tiene esa cualidad incómoda: nos obliga a mirar hacia atrás sin el pretexto de la prisa. No para ajustar cuentas, sino para entender en qué momento cambiamos… y por qué.
Resumiendo: no fue el año que imaginamos; fue, simplemente, el que vivimos. Con días luminosos y otros francamente cuesta arriba. Con planes que se cumplieron y otros que quedaron a medio camino. Con aprendizajes que llegaron tarde, pero llegaron.
Nos tocó crecer, y crecimos. ¡Vaya si crecimos!
Cada vez con más dudas, más viejos, más años y —ojalá— más sabios. Crecer no aclara todo: complica con sentido. Nos vuelve menos ingenuos y, con suerte, más humanos. No nos quitó las dudas; nos enseñó a convivir con ellas sin salir corriendo.
Este no es un arreglo floral de fin de año, tampoco un discurso para quedar bien, ni una lista de propósitos que se marchitan en enero. Es un inventario honesto de lo vivido: de los errores cometidos, de los silencios sostenidos demasiado tiempo, de las decisiones que hoy entendemos mejor —aunque no las repetiríamos—.
En esta síntesis también cuenta lo que no salió. Cuenta lo que dolió. Cuenta lo que no supimos decir. Cuenta aquello que nos obligó a detenernos y replantear el rumbo. Porque no todo lo que se pierde se extraña, y no todo lo que permanece importa.
Este balance incluye también a quienes ya no están. A los que murieron o partieron este año y dejaron una ausencia que no se llena, pero se honra. No se van del todo: permanecen en la memoria, en las conversaciones que aún nos acompañan, en los gestos aprendidos, en la forma en que seguimos caminando. Recordarlos no es quedarse atrás; es reconocer que algo de nosotros también se fue con ellos.
Si algo sostuvo este año, no fueron los aplausos ni las promesas, sino las presencias. La amistad probada en los días difíciles. La lealtad silenciosa. Quienes, cuando estalló la guerra cotidiana —esa que no sale en los periódicos—, se quedaron en la trinchera de la solidaridad y el afecto. Sin discursos. Sin condiciones.
El tiempo pasó y no pidió permiso. Hay cosas que no admiten prórroga. Conversaciones que no conviene seguir postergando. Afectos que no deberían quedarse para “luego”. Porque el calendario cambia, pero la vida continúa exactamente donde la dejamos.
Cerrar el año no es hacer borrón y cuenta nueva. Es hacerse cargo: de lo aprendido, de lo que somos hoy y de lo que ya no estamos dispuestos a seguir cargando.
Resumiendo: seguimos aquí. Con menos certezas, quizá, pero con más conciencia.
Y eso, para cerrar un año, no es poca cosa.
Que el 2026 nos encuentre lúcidos, agradecidos y con los sentimientos despiertos.
“Nos veremos cuando se ponga el sol.”