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Gerardo Luna Tumoine

Cuando la Navidad deja de decir “yo”

Cuando la Navidad deja de decir “yo”

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La Navidad no crea emociones nuevas; las intensifica. Amplifica lo que ya está dentro.

Gerardo Luna Tumoine
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23 de diciembre 2025

Hay días que no pasan por el calendario sino por la conciencia. Hoy 23 de diciembre, suele ser uno de ellos. No es todavía la noche grande, pero tampoco es un día cualquiera. Es una especie de umbral: el momento en que el ruido empieza a bajar y la vida, sin pedir permiso, nos hace algunas preguntas incómodas.

La Navidad tiene esa particularidad. No crea emociones nuevas; las intensifica. Amplifica lo que ya está dentro. Por eso, para algunos es luz y para otros es nostalgia. Para unos, reunión; para otros, ausencia. No es que la Navidad sea injusta: es honesta. Nos muestra tal como estamos.

El psicoanalista argentino Pancho O’Donnell suele recordar que las fiestas no son las que producen tristeza o alegría, sino que revelan lo que hemos venido cargando durante el año. Pretendemos, a veces ingenuamente, que una cena, un brindis o una fecha señalada resuelvan lo que no supimos atender con tiempo. Y cuando eso no ocurre, aparece la ansiedad, la decepción o ese cansancio emocional difícil de nombrar.

Quizá por eso diciembre pesa. Porque nos enfrenta a nuestras propias expectativas. Porque nos confronta con la imagen de cómo “deberían” ser las cosas y cómo realmente son. Porque nos devuelve, sin filtros, al niño que fuimos, a las ausencias que marcaron, a los vínculos que quedaron a medio camino.

Sin embargo, hay otra manera de atravesar estos días. No desde la exigencia, sino desde la intención.

Cuando nuestras intenciones hacia los demás son buenas, cuando dejamos de preguntarnos tanto cómo nos ven y empezamos a preguntarnos cómo está el otro, ocurre algo casi imperceptible pero profundo: la preocupación constante por nosotros mismos comienza a aflojar. La ansiedad pierde terreno. La inseguridad se reduce. No porque todo se resuelva, sino porque el foco cambia.

Pasar del “yo, yo y yo” al “tú, tú y tú” no es un gesto ingenuo ni romántico. Es un acto de madurez interior. Es reconocer que el bienestar propio no siempre se alcanza encerrándose en uno mismo, sino saliendo de él.

Y en ese desplazamiento nace una valentía distinta.

Valentía para no callar frente a lo injusto.

Valentía para sostener a alguien cuando ya no tenemos muchas fuerzas.

Valentía para dar un paso más, incluso cuando no hay reconocimiento.

Valentía para distinguir el bien del mal y actuar en consecuencia.

No se trata de arrogancia ni de falsa seguridad. Tampoco de una humildad que se confunde con miedo. Es una confianza sana, silenciosa, firme. Una confianza que no necesita imponerse ni justificarse. Una confianza que nace de saber quién se es y desde dónde se actúa.

Tal vez la pregunta no sea si esta Navidad será perfecta, ni siquiera si será feliz.

Tal vez la verdadera pregunta sea otra, mucho más sencilla y mucho más exigente:

¿Desde dónde estoy viviendo estos días: desde la defensa constante de mi “yo”, o desde la decisión consciente de abrir espacio para el “tú”?

Porque nadie sabe si esta será la última Navidad que vivamos… o la última que compartamos con alguien que hoy damos por sentado.

Nadie sabe el día ni la hora. Por eso el “tú” no puede esperar.

Y quizá por eso, más que exigir felicidad, estos días nos piden presencia, intención y verdad.

Ahí —en esa elección silenciosa— puede comenzar una Navidad distinta. “No la que se presume, sino la que se encarna”.

Les deseo una auspiciosa Navidad.

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