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Gerardo Luna Tumoine

Ojo por ojo… y todos estaremos ciegos

Ojo por ojo… y todos estaremos ciegos

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Quien se venga, tarde o temprano, se convierte en blanco de una nueva represalia.

Gerardo Luna Tumoine
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27 de mayo 2025

“Ojo por ojo, diente por diente” es un antiguo principio legal conocido como la ley del talión, atribuido al rey babilónico Hammurabi, quien gobernó Mesopotamia hace casi cuatro mil años.

Esta frase encierra una advertencia tan vigente como profunda: la venganza no conduce a ningún lado. Por el contrario, perpetúa un ciclo interminable de dolor y resentimiento. Quien se venga, tarde o temprano, se convierte en blanco de una nueva represalia. Así, el daño se multiplica y la ceguera moral se extiende entre quienes se dejan arrastrar por el impulso de devolver el mal recibido.

También en la tradición judeocristiana aparece esta idea. La ley mosaica recoge el mismo principio (Deuteronomio 19,21), como expresión de una justicia retributiva propia de su tiempo. Jesús, sin embargo, la confronta y la trasciende en el Sermón del Monte (Mateo 5,38): no se limita a cuestionar la lógica de la retribución, sino que propone un camino más exigente, más valiente y profundamente liberador: el del perdón, la no violencia y la misericordia activa.

Esta sentencia —atribuida también a Gandhi— ilumina la trampa de la venganza: aunque parezca justificada, no repara, no sana. Sólo prolonga el sufrimiento, alimenta el resentimiento y destruye la posibilidad de reconciliación.

Porque nuestros verdaderos enemigos, en el fondo, no están fuera: habitan dentro. El enojo, el orgullo y la competencia desmedida son fuerzas silenciosas pero devastadoras. Distorsionan nuestras relaciones, bloquean el diálogo, impiden el entendimiento. Nos enfrentan y desgastan, convirtiendo la convivencia —que podría ser fuente de crecimiento mutuo— en un terreno de confrontación permanente.

Superar el deseo de venganza es, en realidad, un acto de inteligencia emocional y madurez espiritual. No se trata de justificar el daño ni de olvidar lo vivido, sino de soltar el peso que impide avanzar. La venganza envenena primero al que la guarda, luego al que la ejecuta, y finalmente a quienes lo rodean. Vivir anclado al resentimiento es renunciar a la posibilidad de ser verdaderamente libre.

Perdonar no es debilidad; es fuerza interior. Es tener el coraje de cortar la cadena del odio y elegir una vida más ligera, más pacífica y más plena. No perdonamos porque el otro lo merezca, sino porque nosotros merecemos vivir en paz. Soltar el rencor es una de las decisiones más saludables que podemos tomar por nuestro bienestar emocional, mental y humano.

Imaginemos, por un momento, lo que ocurriría si todos actuáramos bajo la lógica de la revancha. Si cada ofensa generara otra, si cada herida se respondiera con mayor crueldad, si el dolor se volviera moneda de cambio… viviríamos en un caos permanente. La sociedad perdería su sentido de comunidad, y toda posibilidad de armonía quedaría sepultada bajo la ley del más fuerte.

Por eso, transformar nuestras heridas en aprendizaje, en lugar de perpetuar el daño, es una tarea urgente y profundamente humana. No podemos cambiar lo que otros hacen, pero sí podemos elegir cómo respondemos. Podemos optar por la serenidad, la reflexión y la reconstrucción.

La vida cotidiana nos exige valentía, no para agredir, sino para perdonar. No para imponer, sino para comprender. No para pelear, sino para transformar. Cada día es una oportunidad para romper el ciclo de la venganza y sembrar, en su lugar, la semilla de una convivencia más humana, más justa y más luminosa.

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