
Gerardo-Luna-Tumoine-2024-Opinion
Amar de verdad implica renunciar al tribunal interno que señala, que clasifica, que condena. Implica dejar de mirar al otro desde nuestras heridas o expectativas, para verlo desde su dignidad.
Este enunciado, es profundamente desafiante y transformador. En esencia, nos invita a amar sin condiciones, sin poner etiquetas, sin exigir perfección. Juzgar es encasillar, reducir al otro a un defecto, a un error, a una diferencia. Cuando hay juicio, se levanta una barrera; cuando hay amor auténtico, esa barrera cae.
Desde la visión antropológica —y también desde una ética holística del ser humano— amar es comprender, acompañar, compadecer, incluso cuando el otro no coincide con nuestras ideas o expectativas. Amar sin juzgar no significa aceptar todo sin criterio, sino mirar con compasión, entendiendo que cada persona está librando una batalla interior que no conocemos.
Hay frases que más que leerse, se sienten. “El amor es la ausencia de juicio”, dice el Dalai Lama, como quien ha contemplado durante toda su vida el misterio de la compasión humana. Y qué razón tiene. ¿Cuántas veces creemos amar, pero imponemos condiciones? ¿Cuántas veces confundimos el cariño con el control, la entrega con la exigencia?
Amar de verdad implica renunciar al tribunal interno que señala, que clasifica, que condena. Implica dejar de mirar al otro desde nuestras heridas o expectativas, para verlo desde su dignidad. Quien ama sin juzgar no es ingenuo, es valiente: se atreve a mirar con ternura lo que otros mirarían con dureza.
En estos tiempos, donde la rapidez de las redes sociales nos empuja a opinar, criticar y dividir, el amor verdadero es casi un acto contracultural. Pero es ahí donde cobra más fuerza. Porque amar sin juicio no es debilidad, es claridad de mente. Es decirle al otro: “Te veo, no como me gustaría que fueras, sino como eres. Y así, te abrazo.”
El amor verdadero no se basa en la crítica ni en la comparación, sino en la aceptación incondicional. Cuando amamos, deberíamos ser capaces de ver más allá de las imperfecciones y centrarnos en el valor intrínseco de la persona amada. Juzgar implica evaluar constantemente a alguien, compararlo con un estándar ideal y encontrar fallas. El amor, en cambio, busca la conexión profunda, la comprensión y la aceptación, lo que implica dejar de lado los juicios.
Esta perspectiva no implica que debamos ignorar comportamientos dañinos, sino que el enfoque debe estar en entender las causas subyacentes de esos comportamientos y buscar soluciones desde la compasión. No significa ser complaciente, sino ser capaz de amar a pesar de las dificultades y errores, reconociendo la humanidad compartida.
En resumen, el amor, en su forma más pura, es un estado de aceptación y aprecio por el otro, sin la necesidad de juzgarlo constantemente. Al final del día, amar sin juzgar no es una estrategia: es una manera de estar en el mundo con humildad, paciencia y profundidad. Ojalá sepamos practicarla con los demás… y también con nosotros mismos.
El día de ayer en el calendario tibetano (quinto día del quinto mes lunar). Su Santidad el Dalai Lama celebra su cumpleaños número 90, y esta columna no puede cerrar sin rendir homenaje a su vida, a su ejemplo y a su palabra. He tenido el privilegio de compartir momentos con él, de escuchar su sabiduría y de experimentar de cerca la serenidad de su mirada. En él, la compasión no es discurso: es presencia viva.
Que sus enseñanzas —como esta frase sencilla pero inmensa— sigan guiando corazones y sanando almas. Porque amar sin juicio, como él nos lo ha mostrado con su vida, es el primer paso hacia La Paz interior.