
Gerardo-Luna-Tumoine-2024-Opinion
La transformación interior no puede quedarse en el terreno de los buenos deseos; debe encarnarse en decisiones conscientes y en actos concretos.
En medio del ajetreo de la vida moderna, muchas personas buscan alivio, sentido o dirección. Algunos acuden a la fe, otros a la meditación, otros a creencias o a la ciencia. Sin embargo, una verdad profunda resuena más allá de credos y culturas: la transformación interior no es solamente una cuestión de fe o de oración. Exige también el uso de la razón y de la inteligencia humana.
Como bien ha expresado el Dalai Lama, “una mente tranquila y sana no solo eleva el espíritu, sino que impacta directamente en la salud física y en el bienestar”. Es decir, vivir con serenidad y pensar con claridad es tan importante como creer. La transformación interior no puede quedarse en el terreno de los buenos deseos; debe encarnarse en decisiones conscientes y en actos concretos.
En ese mismo sentido, El Apóstol San Pablo nos confronta con una frase poderosa: “La fe sin obras está muerta” (cf Sant 2,17). Y si me permiten ir más lejos, yo diría que muchas veces las obras sin coherencia también matan la fe, la confianza y el respeto. Porque no basta con decir que se cree, ni con repetir frases piadosas. La verdadera transformación interior se manifiesta en la forma en que tratamos a los demás, en el respeto que tenemos por su tiempo, su palabra, su dignidad.
Hay personas que presumen de su fe, pero son profundamente informales, inconstantes, o simplemente inconscientes del daño que causan con su falta de compromiso o responsabilidad. No se dan cuenta de que, con su actitud, están minando la confianza, desgastando relaciones y matando silenciosamente el respeto que merecen los demás. La incoherencia, aunque no la veamos a simple vista, tiene un precio. Resulta paradójico que algunos imploren por la paz mundial, cuando son incapaces de vivir en paz consigo mismos, con su familia o con quienes los rodean.
Por eso, cultivar una mente tranquila no es evasión, sino disciplina. Es entrenar la inteligencia para vivir con congruencia, con respeto, con atención. La fe, la creencia, cuando está viva, se traduce en acciones claras, puntuales, humanas. Y la razón, cuando es sana, se convierte en una aliada poderosa de esa fe.
La transformación interior no es abstracta: comienza en lo cotidiano. En cumplir la palabra, en llegar a tiempo, en ser congruentes entre lo que decimos y lo que hacemos. Porque lo contrario a la coherencia no es el error, sino la indiferencia hacia el otro.
Hoy, más que nunca, vale la pena preguntarnos con honestidad: ¿Qué tan coherente soy con lo que creo? ¿Estoy construyendo confianza con mis actos? Porque la transformación verdadera no se grita: se vive. Y ese testimonio silencioso, constante y fiel, vale más que mil palabras.