Gerardo-Luna-Tumoine-2024-Opinion
Hoy tenemos la oportunidad de valorar lo que somos, lo que tenemos y a quienes nos rodean. No dejemos palabras sin decir, abrazos sin dar, sueños sin intentar.
Un día fui a confesar a un hombre de entre 75 y 80 años que estaba en agonía, en una humilde casa de adobe con piso de tierra, a la orilla del pueblo. Al llegar, lo encontré recostado entre cobijas cartones y colchonetas. Lo confesé y le administré la Unción de los Enfermos.
Dos días después, al regresar de un servicio pastoral en comunidades, por la tarde, me tocaba celebrar sus exequias. Al llegar al atrio de la parroquia, me sorprendió ver a un maestro en una camioneta de redilas, transportando el féretro. Me acerqué a ayudarle a bajar la caja y llevarla al templo. Luego me revestí para salir a celebrar la misa exequial.
Al salir al altar, otra sorpresa me esperaba: en la iglesia solo estábamos el maestro que llevó el féretro, la hermana del difunto, el sacristán y yo.
Aquel momento marcó mi vida para siempre y me dejó una enseñanza profunda:
“¿Para qué sirve la vida, si no es para darla?”
En nuestra cotidianidad, muchas veces damos por sentado lo que somos y lo que tenemos: la familia que nos rodea, los amigos que nos acompañan, las oportunidades que la vida nos ofrece. Postergamos abrazos, palabras y gestos de cariño, como si el tiempo fuera infinito. Pero la realidad nos enseña que la vida es fugaz.
Aquel hombre, en su última hora, recibió un acto de amor: alguien que se detuvo en su camino para acompañarlo en su despedida. Y cuando partió, el silencio de su funeral dejó una pregunta latente: ¿qué estamos dando mientras estamos vivos? No esperemos perder algo o a alguien para darnos cuenta de su valor. La vida se construye con los pequeños detalles: en la escucha atenta, en la sonrisa oportuna, en la mano extendida. Dar la vida no significa solo entregarla en la muerte, sino en cada día, en cada encuentro, en cada servicio.
Hoy tenemos la oportunidad de valorar lo que somos, lo que tenemos y a quienes nos rodean. No dejemos palabras sin decir, abrazos sin dar, sueños sin intentar. Porque al final, lo único que quedará de nosotros será lo que dimos.
Cada día es una oportunidad para dejar huella en los demás. Quien da su vida en cada acto de generosidad, nunca se va del todo.
Moraleja: La vida no se mide por lo que poseemos, sino por lo que entregamos. Cada día es una oportunidad para sembrar amor, servir con generosidad y dejar huella en los demás. Porque, al final, lo único que nos sobrevive es lo que dimos.
“¿Para qué sirve la vida, si no es para darla?”