
Gerardo-Luna-Tumoine-2024-Opinion
Hay amistades que no se marchan con el tiempo, ni siquiera con la muerte. Permanecen, como esos días imborrables que dejaron marca en nuestra vida.
Hay días que parecen iguales, envueltos en la rutina, disfrazados de costumbre. Pero de pronto, sin previo aviso, la silla de un viejo amigo queda vacía. El silencio pesa, más que cualquier palabra. La mente se detiene, dolida, preguntándose cómo seguir sin quien nos dio historia, risas, confidencias. Y sin embargo… seguimos.
Hay amistades que no se marchan con el tiempo, ni siquiera con la muerte. Permanecen, como esos días imborrables que dejaron marca en nuestra vida. Lo expresó con honda sabiduría mi querido Amigo el Dalai Lama: “Viejos amigos fallecen, nuevos amigos aparecen. Es como los días. Un viejo día pasa, un nuevo día llega. Lo importante es hacerlo significativo: un amigo significativo – o un día significativo.”
Qué frase tan breve y tan iluminadora, nos invita a reconciliarnos con el paso del tiempo, con la pérdida, con la renovación. A no quedarnos atrapados en la tristeza vacía ni perdernos en la euforia sin raíces, sino a encontrar propósito, aun en lo que duele.
Cada amistad auténtica es una estación en la biografía emocional de nuestra vida. Los amigos de antes nos vieron en versiones que ya no existen; supieron de nuestros miedos primeros, nuestras primeras pasiones, nuestras torpezas iniciales. Los nuevos amigos, en cambio, llegan cuando ya hemos vivido, amado, perdido y aprendido. Ambos son espejo: uno del pasado entrañable, otro del presente que aún nos reta a vivir con hondura.
Recordar a quienes ya partieron es un acto de amor. No para quedarnos en la nostalgia, sino para agradecer. A veces me descubro evocando gestos, risas, nombres que ya no responden en esta tierra pero que viven en mí. Amigos de la infancia, de la juventud, de cada etapa vivida, no fueron solo compañeros de ruta; fueron parte entrañable de lo mejor de mí. Sus huellas no las borra el calendario, porque lo vivido con sentido no envejece.
Y mientras la memoria honra, el presente sigue trayendo personas nuevas. Amistades distintas, silencios compartidos desde otra etapa, desde otras complicidades. Pero siempre con la certeza de que la vida vale más cuando se comparte con quienes nos hacen bien.
Porque como los días, lo que importa no es cuántos han pasado, sino cuáles han sido verdaderamente significativos. La amistad verdadera no caduca: se transforma en raíz, en impulso, en memoria viva.
Hoy honro a mis amig@s de todos los tiempos —los que están y los que partieron— porque en cada uno de ellos hay un fragmento de mi historia, de mi ser. Al recordarlos, también ellos me recuerdan a mí quién soy, de dónde vengo y por qué vale la pena seguir buscando nuevos días, nuevos vínculos, nuevos sentidos.
Y si al terminar de leer estas líneas, alguien viene a tu mente —una risa que extrañas, una voz que hace tiempo no escuchas, una mirada que te conocía sin que hablaras—, no lo ignores. Es la vida hablándote al oído, recordándote que aún hay tiempo para agradecer, para retomar, para volver a decir: “te extraño”, “gracias”, “¿cómo estás?”, o simplemente: “aquí sigo, amigo”.
No esperes a que sea tarde. Hoy es un buen día para mandar ese mensaje, hacer esa llamada, dar ese abrazo o reencender esa complicidad. Porque las amistades no mueren: solo esperan ser recordadas, tocadas, revividas. Haz significativo este día. Búscalos. Reencuéntrate. Honra lo vivido y abre espacio para lo que viene. La vida, al final, es esto: los lazos que supimos cuidar… y los que aún podemos rescatar.
“¿Para qué sirve la vida, si no es para darla?”