Válvulas de escape

Simitrio Quezada.
Simitrio Quezada.

Simitrio Quezada*Hasta 1996, la zacatecana Jalpa tuvo en su plaza principal un oscuro pasillo de tolerancia. Con dirección oriente-occidente, lo delineaban espesas paredes de ramas y hojas que por las noches de muchos años ocultaron atrevimientos de varias parejas pasionales. Dividía a ese corredor el kiosco construido por don Emiliano Pilar. A un lado de … Leer más

Simitrio Quezada*Hasta 1996, la zacatecana Jalpa tuvo en su plaza principal un oscuro pasillo de tolerancia. Con dirección oriente-occidente, lo delineaban espesas paredes de ramas y hojas que por las noches de muchos años ocultaron atrevimientos de varias parejas pasionales.

Dividía a ese corredor el kiosco construido por don Emiliano Pilar. A un lado de la hermosa mole estaba el puesto de revistas de José González. Tal área central era la única iluminada: compartía luz con los otros accesos “decentes”, plantados en sur y norte.

En un pueblo tan moralino, la muchacha que era vista saliendo de ahí con el novio podía quedar automáticamente “quemada”. El machismo tradicional impedía que sucediera lo mismo con el agasajador.

Píos e impíos, cofrades y jacobinos, todos imaginábamos incluso más de lo que sucedía en la oscuridad junto a los muros de hojas, teniendo justo afuera de ese pasillo la aparente indiferencia de los mayores o desconocimiento de lo que adentro sucedía.

Durante esas noches las señoras no pasaban por allí ni de chiste. Algunos señores lanzaban reojos. Quienes éramos niños atravesábamos el atajo sólo si de veras llevábamos valor y prisa para mirar las revistas recién llegadas. Entonces veíamos a esas parejas hechas una sola sombra. Ni advertían nuestro paso apresurado.

Otro espectáculo curioso se daba cuando en noches dominicales algún pequeño soltaba carrera o arrastraba su carrito por ese pasillo. Tenía 11 años cuando vi la primera de tres escenas similares: el infante sonriente soltó la mano del papá ante la vía, corrió para allí internarse y el padre recuperó el bracito mientras la mamá mostró ojos y boca desmesurados.

El primer gobierno panista que tuvo Jalpa dio otro trazo a esa plaza en 1996. Aprovecharon para desenraizar espesos truenos, ensanchar pasillo, destruir el pecado que se instalaba casi frente a la parroquia (“Qué bueno que ya no tendrán dónde hacer sus cochinadas”, dijo una señora que se presumía de alta sociedad. Dos meses después su hija quinceañera fue sorprendida con el novio dentro del carro de éste, cerca del camino rural a la comunidad La Cuartilla).

Las generaciones avanzan y ninguno puede en nuestros entornos lanzar con justicia la primera piedra. Estamos hechos de la misma pasta defectuosa y admirable. Los ímpetus sensuales de los jóvenes son, con pocas variantes, los secretos vergonzantes de los viejos. En centro u orillas de toda comunidad, las válvulas de escape han tenido historia y función. Negar eso es negar también nuestra esencia y crecimiento.

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