Uberización

Antonio Sánchez González.
Antonio Sánchez González.

Las plataformas digitales de servicios, como Uber o Didi, que están proliferando en nuestras ciudades desde su advenimiento, son causales de polémica: se les acusa de generar precariedad, de explotar lagunas regulatorias y de que ofenden nuestro modelo social. Este fenómeno comúnmente conocido como “uberización” consiste en la conexión, a través de plataformas digitales, de … Leer más

Las plataformas digitales de servicios, como Uber o Didi, que están proliferando en nuestras ciudades desde su advenimiento, son causales de polémica: se les acusa de generar precariedad, de explotar lagunas regulatorias y de que ofenden nuestro modelo social.

Este fenómeno comúnmente conocido como “uberización” consiste en la conexión, a través de plataformas digitales, de clientes con trabajadores que alimentan estas plataformas como si se tratara de su plantilla: conductores privados, repartidores de comidas en bicicleta, cargadores de patines eléctricos, etc. Esta “economía de plataforma” a menudo utiliza trabajadores autónomos: grupos de no asalariados que, por lo tanto, no tienen un contrato de trabajo. Esto significa que no tienen seguridad social, ni permisos pagados, ni incapacidades por enfermedad, ni salario mínimo, ni sindicatos. Contribuyen a una jubilación con descuentos sobre sus ingresos y no tienen seguridad laboral.

Los riesgos asumidos por estos trabajadores “uberizados” están lejos de ser compensados por su remuneración, que sigue siendo baja. Tomemos el ejemplo de un conductor de Uber que trabaja cuarenta horas a la semana. De su facturación mensual hay que deducir los gastos: la comisión que cobra Uber, el combustible, el coste del coche, etc; le queda un salario neto que a veces está por debajo de los salarios profesionales promedio prevalecientes en cada zona del país.

Detrás del discurso de estas plataformas -es “el mundo del mañana”, todo el mundo es un ganador (el “ganar-ganar”)- la realidad es a menudo similar a una regresión social, un retorno al mundo de antes. El capitalismo tecnológico rompe todas las conquistas sociales obtenidas desde la primera mitad del siglo 20. Acabamos con unas condiciones de trabajo dignas de los trabajadores textiles del siglo 19. Los trabajadores uberizados son en cierto modo los proletarios del siglo 21.

Para algunos, es mejor ser un repartidor de bicicletas que desempleado. En efecto. Pero entonces, ¿por qué no también bolero en la calle o mandadero? Hay, en México y en el mundo, algo llamado progreso social que, a costa de dos siglos de lucha, garantiza a todos un mínimo de protección. La legislación laboral mexicana de la década anterior ha dado pasos para proteger mejor a los trabajadores autónomos. Posiblemente sea el momento de un debate parlamentario que les permita organizarse colectivamente, introduciendo una responsabilidad social de las plataformas en caso de accidente de trabajo o para imponer a las plataformas un pliego de responsabilidad social que cubra a sus trabajadores. Sería mejor, pero estaría lejos de ser suficiente.

Muchos trabajadores uberizados dicen que están satisfechos con su destino, al menos inicialmente. Están claros acerca de las dificultades de su tarea, pero trabajan cuando quieren, no tienen jefe… Como si el deseo de libertad laborar fuera la condición para elegir ocupación. “Libre” es la palabra que aparece casi siempre. El problema es: ¿a qué costo?

Un cierto número acaba cambiando de opinión, cuando ven deteriorarse su retribución y aumentar sus horarios… La mayoría de las plataformas tienen una operación muy clásica de “arriba hacia abajo”, donde las reglas se deciden completamente en la parte superior de la pirámide. Cuando Uber aumenta su comisión o quitar el bono de “lluvia” a los mensajeros, estas decisiones se toman sin discusión.

A nivel macroeconómico, el aumento del autoempleo no es espectacular; es más agudo en los sectores y ciudades donde la uberización es más fuerte. Sin embargo, la inmensa mayoría de la población activa sigue empleada en el sistema salarial, formal e informal, tradicional.

Otro impacto es el aumento de la desigualdad. Los estudios muestran que el mercado laboral está polarizado en ambos extremos: por un lado, los trabajadores poco calificados, precarios y mal pagados, a menudo de barrios desfavorecidos. Por otro lado, trabajadores altamente calificados que tienen empleos “reales”, protegidos y bien remunerados. Este aumento no es fruto exclusivo de las plataformas digitales, sino que contribuyen a que los empleos poco calificados sean más precarios. Además, sobre la cuestión de si la tecnología digital crea más puestos de trabajo de los que destruye, las opiniones están divididas. La mayoría de los estudios muestran que la tecnología digital ciertamente genera riqueza, pero relativamente pocos empleos.

Nada es menos seguro que el futuro de estas plataformas, porque el modelo económico de estos gigantes digitales es frágil. Estos modelos de negocio no siempre son rentables, a pesar de su valoración de decenas de miles de millones de dólares. Uber incluso está acumulando grandes pérdidas. Su fragilidad también proviene del hecho de que no dependen, en su mayor parte, de una gran ventaja tecnológica: que su reputación se ve dañada, que otra plataforma llega con un mejor servicio y el negocio colapsa.




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