Siempre resistir ante lo adverso (parte 1)

Simitrio Quezada.
Simitrio Quezada.

En la mañana del lunes 8 de abril de 2019 se quemó en el pueblo Jalpa la mitad de la casa de mis papás, la que con sus manos construyó mi padre un año antes de casarse. Se quemó la mitad de esa casa donde crecí; donde durante años mi madre preparó diariamente tres o … Leer más

En la mañana del lunes 8 de abril de 2019 se quemó en el pueblo Jalpa la mitad de la casa de mis papás, la que con sus manos construyó mi padre un año antes de casarse. Se quemó la mitad de esa casa donde crecí; donde durante años mi madre preparó diariamente tres o cuatro centenas de gelatinas… y papá e hijos varones salíamos a las calles a venderlas.

¿Originó el incendio un cortocircuito, un cuete perdido? Nunca lo sabremos. En el patio —donde al fondo estaban las tres recámaras de los cuatro hijos varones— ardieron la lavadora, dos máquinas de coser con que mi madre preparaba las almohadas que vende, y varios cerros de bolsas con esponjas y rellenos.

Se consumieron las recámaras. En la mía de soltero guardaba diplomas y reconocimientos, mis rosas metálicas ganadas en diversos Juegos Florales, mis originales de poemas y cuentos. En ese cuarto mío se hicieron cenizas las rejas de madera superpuestas y cargadas con libros que cubrían la pared occidental. En su esquina pereció el marcial librero, también de madera, con más de 680 volúmenes. Desaparecieron también un escritorio, el maletín donde atesoraba mis recibos de pagos semanales como pizcador de uva en California, y un tocadiscos que había pertenecido a mi padre y que años antes él me obsequiara con 38 elepés de diversos géneros y artistas.

Yo llegué tres horas después de iniciado el siniestro: me enteré tras una hora del inicio de él y me tomó dos de viaje desde las oficinas del Inselcap, en Ciudad Administrativa. Al bajar de mi coche vi todavía atravesado en la calle, tizón bajo ese mediodía, al rojo camión de bomberos.

Encontré a mi padre al tiempo afanoso y callado, propiciando vueltas a la parte superior de un cilindro de gas para alejarlo de la escena. Ya había movido el otro. El sudor que bajaba por su frente topaba con la sangre de una pequeña herida horizontal arriba de su ceja derecha. Me vio, nada me dijo. Fui a buscar a mi madre, quien estaba refugiada en la casa de enfrente, reponiéndose del susto.

Estaban bien quienes me enseñaron a luchar siempre más allá del cansancio, quienes me enseñaron a siempre resistir ante lo adverso.




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