Ser y vivir feliz

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

Al abuelito Pedro Meléndez Mendoza, con cariño y admiración. Aunque conocía lo grato de estar a la sombra de una palma, un huizache, mezquite, pino, álamo o de una barranca en el arroyo; incluso la experiencia sorprendente de recibir esporádicas y diminutas gotas de agua al postrarse debajo en las ramas de un mimbre, era … Leer más

Al abuelito Pedro Meléndez Mendoza, con cariño y admiración.

Aunque conocía lo grato de estar a la sombra de una palma, un huizache, mezquite, pino, álamo o de una barranca en el arroyo; incluso la experiencia sorprendente de recibir esporádicas y diminutas gotas de agua al postrarse debajo en las ramas de un mimbre, era mucho mejor en la frescura del follaje de aquel durazno que creció junto al otro, en las inmediaciones del corral de las vacas, del predio del abuelito paterno.

El octogenario les permitía trepar por el tronco del árbol y hasta alguna vez pidió que le cortaran alguno de aquellos suculentos frutos. Los nietos debían escoger uno grande, de los arrebolados con rojo matizado sobre el resto del natural verde pálido de ese fruto.

Les gustaba poner la nariz en el punto donde estaba unido al pedúnculo y aspirar aquel sabroso e incomparable aroma.

A veces apedreaban el otro que era mucho más alto e imposible de escalar por lo liso de su tallo, con magros resultados. Pieza en mano iban a buscarlo el cual creían que jugaba a las escondidas, pues siempre estaba confundido entre el breñal de las hojas del maíz, deshierbando, acomodando las guías de las matas de frijol que hacían espiral en las cañas. Es proeza mayor tener una milpa bien atendida y él ocupaba siempre seis de los siete días de cada semana para trabajarla.

El fuerte sol del mes de agosto lo soportaba con su típico sombrero tipo ala ancha y tres pedradas,

No se sabe si aquel entorno, su formación familiar, la experiencia adquirida, los aprendizajes en el estudio le las Sagradas Escrituras, las expresiones religiosas de los sacerdotes en su asistencia a la misa, los mensajes contenidos en el libro de la pastorela, o todo eso junto, influía en la definición del carácter del abuelito, pues era un campesino con virtudes notables.

Por ejemplo. Años atrás llegó una familia de otra comunidad y se instaló en el extremo de su propiedad. Al ver el estado de su pobreza y la prole de infantes, simplemente evitó reclamos. Al principio solamente construyeron un jacal con palmas y techo de cortadillo, luego fueron dos jacales, delimitaron un gran patio, un corral para sus animales, plantaron una nopalera; levantaron dos habitaciones de adobe.

Como había acceso franco a su terreno, era normal encontrar disminuida la arcina de maíz, rastrojo, frijol, trigo o el almacenamiento de calabazas. Varias veces pudo verse cómo alguno de los muchachos brincaba el potrero, se escondían entre los pequeños arroyuelos del monte o abrían el espacio entre los hilos del alambre de púa para salir corriendo con parte de aquellos suministros. También los duraznos eran motivo de atracción de aquellos vecinos.

Él simulaba omisión. Hasta llegó a creerse que dejaba a propósito esos productos para que pudieran acceder a ellos.

Los hijos, hijas y descendencia tampoco entraron en conflicto. Entendieron que la voluntad del dulce anciano debía respetarse.




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