Injusticia: la primera violencia

Simitrio Quezada.
Simitrio Quezada.

Si nos atenemos a la definición romana, es la justicia el hecho de dar a cada uno lo que merece.

Grave para nuestro entorno sería acostumbrarnos a la violencia. Más grave aún, hacerlo frente a la injusticia, que constituye la primera de todas las violencias.

Sí: la injusticia es siempre germen de lo que puede lamentarse. Es el huevo de la serpiente, y nosotros podemos ser corresponsables de que tome fuerza.

Si nos atenemos a la definición romana, es la justicia el hecho de dar a cada uno lo que merece. Lo sabemos y, sin embargo, no siempre lo practicamos. Peor aún: podemos permitir que la injusticia siente sus reales entre nuestros cercanos. Nada decimos, nada hacemos al respecto.

Por supuesto que puede calar que el mediocre, el burlón, el agresivo, el trinquetero, el ladrón y el artero ocupen los primeros lugares en la sociedad: que sean venerados justo como lo que no son, aunque finjan serlo.

Por supuesto que a muchos nos educaron para poner la nobleza por encima del dinero, y luego vemos cómo el dinero pasa con injusticia por encima de toda nobleza.

Por supuesto que el hambre no es siempre saciada, y sí en cambio es utilizada como recurso para formular nuevas y reiteradas promesas.

Por supuesto que los daños no son siempre reparados, y las deudas históricas continúan siendo estribillo de discursos.

Por supuesto que los delincuentes no siempre tienen castigo, y la impunidad florece como uno de los frutos más acendrados de la corrupción.

La realidad puede ser tan injusta, que podemos ver a los jueces extendiendo alfombras a los más corruptos.

La realidad puede ser tan injusta, que los más nobles ideales conviven con las transas más difundidas… y aceptadas y enseñadas en los relevos generacionales.

Por supuesto que no hay entera justicia en nuestras naciones y sociedades. Pintamos al gato y nos asustamos de él.

Ya sabemos, a nuestro pesar, que en este mundo no tiene asegurados el puesto y la confianza el que sabe, sino el que cabe. El que practica la trampa es más útil al voraz que el que practica la honradez. El que más grilla puede ser el único al que escucha el poderoso.

Los juegos de intereses prosiguen su marcha a todo vapor: por eso la estupidez y el mal trato pueden tener triunfo y trono… e incluso preferencia ante lo recto y ejemplar, que queda relegado al banquillo de la burla.

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