Reflexión oportuna sobre el ‘delicado momento’

Gerardo Luna Tumoine.
Gerardo Luna Tumoine.

Este tiempo en que se celebra el día de los muertos, es la oportunidad de reflexionar en los modos de comprender el verdadero significado de la vida, aceptando la muerte, asistir a los moribundos y ayudar a los muertos. La muerte es una parte natural de la vida que todos deberemos afrontar tarde o temprano. … Leer más

Este tiempo en que se celebra el día de los muertos, es la oportunidad de reflexionar en los modos de comprender el verdadero significado de la vida, aceptando la muerte, asistir a los moribundos y ayudar a los muertos. La muerte es una parte natural de la vida que todos deberemos afrontar tarde o temprano. Según mi entendimiento, son dos las actitudes que podemos adoptar ante ella mientras vivimos: o bien elegimos no pensar en ella, o bien podemos hacer frente a la perspectiva de nuestra propia muerte y, reflexionando con claridad sobre ella, tratar de reducir al mínimo el sufrimiento que puede producir. Sin embargo, con ninguna de estas dos actitudes podemos llegar realmente a vencerla.

Cuando contemplo la muerte como un proceso normal, una realidad que acepto ha de ocurrir en tanto permanezca en esta existencia terrenal. Sabiendo que no puedo eludirla, no veo que tenga sentido preocuparme por ella. Tiendo a figurarme la muerte como un cambio de ropa cuando la que llevo está vieja y gastada, no como un final definitivo. Pero la muerte es imprevisible: ignoramos cuándo o cómo ocurrirá. Así pues, resulta sensato tomar ciertas precauciones antes de que se produzca realmente.

Es evidente que a la mayoría de nosotros nos gustaría tener una muerte apacible, pero también está claro que no podemos esperar una buena muerte si nuestra vida ha estado llena de violencia, si nuestra mente ha estado agitada principalmente por emociones como la ira, el apego o el miedo. Por lo tanto, si deseamos morir bien, hemos de aprender a vivir bien, manteniendo la esperanza de una muerte apacible, debemos cultivar la paz en nuestra mente y en nuestra manera de vivir.

No menos importante que prepararnos para nuestra propia muerte es ayudar a otros a morir bien. Cuando nacemos, todos nos hallamos desvalidos e impotentes, y sin el cuidado y el afecto que recibimos entonces no habríamos sobrevivido. Puesto que los moribundos son igualmente incapaces de valerse por sí mismos, deberíamos aliviar su malestar y su angustia y asistirlos en la medida de lo posible para que mueran con serenidad. Aquí, lo principal es evitar todo aquello que perturbe la mente de la persona moribunda más de lo que va a estar.

Al asistir a una persona moribunda, nuestro primer objetivo es infundirle serenidad, lo que se puede conseguir de muchas maneras. Un moribundo que esté familiarizado con las prácticas espirituales puede sentirse estimulado y alentado si se le recuerdan estas prácticas, pero incluso la simple atención afectuosa puede generar una actitud serena y sosegada en la mente de la persona que va a morir.




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